miércoles, 24 de febrero de 2016

Entre mirar y bailando

Hay distancias de espacio. Y hay distancias de tiempo. Hay distancias de cuerpos. Distancias de sonrisas. Distancia de risas. Distancia de uno mismo. Distancia de todo lo que tienes alrededor. Echamos de menos a la vez que echamos de más. Sentimientos encontrados y personas perdidas. Hay caminos que se cruzan y se diversifican. Caminos que anhelamos y caminos que, sin querer, encontramos. Hay personas que llenan nuestra vida, incluso en la distancia, y personas que nos vacían a base de distancia, incluso cuando se encuentran cerca. Los inviernos son largos en el norte. Los veranos son demasiado largos en el sur. Hay tanta obviedad en estas palabras, que a veces es bueno recordarlas. Porque se quedan como flotando en lo cotidiano y se diluyen como ruido de fondo. No existen manteles sin manchas, existen mesas con pocas cosas encima. Existe un breve intervalo entre que hemos terminado de almorzar y recogemos la mesa. Hay que quitar los trastos de la mesa, dejarla libre. Por un tiempo. Volver a ponerla para cenar. Hay intervalos de tiempo entre lo que construimos y lo que queda por montar. Intervalos en los que nos quedamos mirando sin hacer nada más. Hablan de miradas perdidas, pero solo son miradas abandonadas a la deriva. En un punto fijo. En millones de pensamientos por segundo. No se puede batir las alas y volar ininterrumpidamente. Hay que parar, dejarse llevar por las corrientes de aire, planear. Volver a batir. Aterrizar. Descansar. Un tiempo quietos. Encontrar pista para despegar de nuevo. Vivimos tiempos rápidos. Parece que no vivimos si no estamos continuamente en movimiento. Movimientos rápidos. Seguros o inseguros, pero movimiento constante. Estar quieto también es vivir, no te confundas. Lo importante es encontrar el ritmo. Escuchar la música. Moverse al compás. Rápido, rápido, lento. Rápido, rápido, lento. Vivir es como bailar. Solo que todo el tiempo.