sábado, 10 de diciembre de 2016

Microcuento de otoño.

Se pasó todo el tiempo tratando de averiguar qué era lo que él quería. Un día se paró en seco. Pensó por un instante en qué era lo que ella quería. Se puso las bragas. Y se marchó.

martes, 29 de noviembre de 2016

Home is where the heart is.

Hay un montón de cajas apiladas en la puerta. Están llenas de cosas que ya no pertenecen a ningún sitio. Yo, las esquivo cuando entro. Las aparto cuando salgo. Las cargo, me las llevo. Van desapareciendo de ese horrible rincón junto a la puerta. Poquito a poco. Y, en un momento, otras cajas nuevas van ocupando el lugar que dejan las otras. Recoger, desmontar, empaquetar, apilar, transportar, subir, vaciar. La vida no cabe en cajas ni puede meterse en bolsas. Se queda aquí, entre estas paredes. Agarrada al sofá cama. Asomada a la ventana, escondida entre las cortinas. Sentada en la barra, observando. Se escuchan risas y gemidos. Más risas y algún llanto. Ya no hay libros en la estantería ni ropa en los cajones ni cuadros colgados en ningún sitio. Pero aquí sigue habiendo vida, aun cuando ya no quede nada mío. Una vida que me llevo y una vida que se queda. Me enamoré de una casa que ahora dejo. Son tristes las despedidas. Son jodidamente tristes. Putas despedidas tristes. Puta mierda de despedidas. Tristes. Joder. Dejadme que me despida llorando. Dejadme que lo sienta. Dejadme estar triste, aunque solo sea un rato aquí, en este pequeño instante de soledad entre mis paredes y yo. Entre mi sofá y yo. Estoy triste, coño. Y lloro. Todo va a ir bien. Pero ahora, solo ahora, aquí, este ratito, me da igual todo lo bueno que vaya a pasar. Porque ahora, aquí y ahora, me estoy despidiendo de mi hogar. Y le debo, cuanto menos, una despedida triste. Una puta y triste despedida. Aunque solo sea por estos tres años de maravillosa y perfecta convivencia.

Ausencias.

Es extraño cómo se puede aprender a vivir sin aquellas personas que un día parecieron indispensables. Es extraño cómo los días ya no siguen pasando como el entretenimiento que cubre una ausencia. Es extraño cómo se puede echar de menos una constante que ha dejado de serlo sin necesidad de estar triste. Es extraño cómo las distancias terminan convirtiéndose en ausencias, así, sin más. Es extraño cómo las cuerdas que nos unen a veces pueden tensarse tanto que lleguen a romperse y perderse en el infinito vacío del paso del tiempo, que no en el pasar de un tiempo vacío. Sino una vida, así de simple. Hoy me he permitido echarte de menos un rato, apenas cinco minutos. Aquí, a solas. Viendo pasar recuerdos como diapositivas. Anhelando las mariposas que ya no protestan ni vuelan perfilando tu nombre. Frente a una copa de vino, un cigarro en deconstrucción y ese sofá que alguna vez compartimos. Es extraño, tanto como tú. Tal vez, tan extraño como yo.

"La ridícula idea de no volver a verte".

Algunos no sabemos qué hacer con nuestros muertos y los lloramos toda la vida. El dolor se hace fuerte y se queda escondido entre nuestras células en un estado latente. Se vuelve una enfermedad sistémica, crónica e invisible (invisible por retorcida de diagnosticar, que no por asintomática). Nos acompaña, así, toda nuestra vida sin que nosotros lo sepamos o, mejor dicho, sin que seamos conscientes de que la tenemos. No queremos aceptar una realidad (que no puede ser más real ni más cruda, por imposible que parezca) y nos enfadamos con el mundo (como aquel niño que llora desconsolado cuando quiere seguir montado en un columpio y sus padres le dicen que hay que irse ya a casa porque "mañana hay colegio"). Nos enfadamos con todos, aunque no tengan culpa, porque la realidad está tan lejos de ser la que debería ser que duele el mero hecho de estar vivo. Te vas convirtiendo, cada día, en un todo de piel erizada y sensible, dispuesto a saltar por todo lo que cada vez se aleja de tu realidad idealizada. Y así nos pasamos media vida: sobreviviendo. A nuestro dolor latente. A una pena mohosa, desteñida y tan cotidiana, que forma parte de nuestra piel tanto como cada uno de los lunares que la habitan. Afortunadamente, aunque no lo parezca, aunque ni siquiera haya pasado por tu mente ni un solo segundo y, aunque muchos pasen su vida entera sin darse cuenta, el dolor crónico del alma tiene cura. No viene en un blíster, no lleva excipientes, no la cubre la Seguridad Social, ni es la misma para mi que para ti. Pero existe (...there is always hope). Siempre estamos a tiempo, por manida la frase que parezca, de ser felices y empezar a vivir. Aunque solo sea de aquí en adelante: nunca es demasiado tarde.


*Título entrecomillado por ser el título de una (maravillosa) obra de Rosa Montero.

Life in between songs.

"Los crímenes más difíciles continúan sin aclarar a pesar de los esfuerzos de muchos policías. Del mismo modo, hay en nuestra vida un gran amor sin aclarar."
- T. Tranströmer. 

Pasar la vida entre canciones bonitas. Entre que te espero y que te olvido. Entre que me voy y tu recuerdo. Aunque ya nunca estés, en todas partes. Me marcho lejos y vuelo. Y tú vas y vienes. De mí, de dentro. Vas y vienes. Como quieres. Como yo te dejo. Vas y vienes. Te vas. Te retengo. Déjame vivir!!! De presente. De recuerdos. De tesoros enterrados. Dame sonrisas. Dame canciones bonitas.

A cachos. A sueños.

En sentido práctico, no se puede forzar a nadie a dejar de querer a otro nadie. La idea es ir ocupando la vida con vida y el tiempo con tiempo. Liberar la mente, el corazón y el cuerpo. El secreto está en seguir viviendo. A cachos. A sueños. Buscar excusas y encontrar una nueva esperanza. Parado. Quieto. Ahora en movimiento. "Dejar de fumar. Dejar de comer. Dejar de morderse las uñas. Dejar de quererte". Viejos hábitos. Días nuevos llenos de posibilidades. Llenar el hueco. Cubrir los agujeros. Hasta formar un nuevo "yo" tan sólido que no haya malas costumbres capaces de derribar ni un solo muro más.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Teoría del velcro.

Parecen inofensivas. Caminan de la mano. Se acurrucan en cualquier esquina soleada a orillas del lago. Sonríen. Se abrazan. Se besan. Hablan de banalidades, de cosas importantes, del día a día. Toman decisiones tontas. Incluso discuten y se pelean. Y vuelven a entrelazar sus manos. Inocentes. Inofensivas. La normalidad de la vida en pareja. Lo socialmente establecido. Naturales como la vida misma. Yo las observo atentamente. Las estudio como si de un fenómeno extraño se tratara. Para mi lo son. Esa vida en pareja tan ajena, tan extraña. Cómo lo hacen? En qué momento de nuestras vidas se sale una del camino? En qué momento se decide "tú sí, tú no"? Los años pasan y tú sigues caminando, en paralelo directo al rebaño. Sola, aislada. A tu ritmo, a tu aire. Siempre sola. Con las manos en los bolsillos. Con la sonrisa perdida al aire. Disfrutando de la belleza de cada puesta de sol en el más absoluto de los silencios. El silencio propio de quien solo habla consigo mismo. De quien no toma las decisiones en voz alta, sino sola frente al espejo. A veces pienso que la máquina de fabricación de humanos incluye un parche de velcro invisible, de tal manera que a lo largo de la vida nos vamos emparejando según encontremos nuestro velcro compatible. Pero, como todas las máquinas, la que pone los velcros de vez en cuando falla y a ti, como humano al azar, te toca el velcro defectuoso. Y así te pasas la vida, buscando a quien pegarte sin saber que tu velcro es demasiado grande o demasiado pequeño o no pega o, simplemente, no tienes!! Dicen que siempre hay un roto para un descosido, pero nadie dice nada de los velcros. Nadie quiere creer en la teoría de los velcros defectuosos, vaya a ser que descubran que el suyo lo es y pierdan la esperanza. Porque solo se puede vivir, claro, pero no es lo mismo. Hace frío. Y silencio. Y el corazón late un poco más lento...como esperando, sin querer, un velcro que pegue. Por fin.

lunes, 17 de octubre de 2016

Todo o nada. Nada, que te hundes.

De vez en cuando, la vida también nos gasta una broma. Te pone un poquito de miel en los labios. Te abre una ventana, te pone una escalerita para que te asomes. Te da una tregua. Y tú, que vives en multicolor, a flor de piel, a todo o nada, coges impulso y te tiras en plancha sin mirar siquiera si la piscina está llena. Porque esas milésimas de segundo sobrevolando el infinito, con el aire fresquito de cara, ingrávidos, soñando con el baño que te vas a pegar casi que merecen más la pena que el baño en sí mismo. De ahí que, cuando caemos de boca, a todo o nada, la hostia sea antológica. De las de sangre y mocos y lágrimas, todo junto. Todo o nada. Y es en ese momento, justo ahí, cuando te encuentras sola llorando a moco tendido en el fondo de la piscina vacía, que te viene todo el pensamiento racional de golpe. Cuando estabas cogiendo carrerilla, no. Ahora. Ahora que ya te has partido la boca por cuarta vez consecutiva. Es entonces cuando te golpea la pregunta del millón: "Por qué?". Ahora sí, ahora te sobran las neuronas. Empiezas a generar tantas conexiones neurales por milisegundo que echas humo. Si se pudiera reconducir toda esa energía y esfuerzo neuronal, estoy segura de que podríamos aprender a leer mentes ajenas o, incluso, a teletransportarnos. En serio. Pero no. Ahí invertimos: en encontrar una respuesta. Una respuesta para una pregunta que parte de una premisa errónea: querer explicar con lógica actos absurdos, decisiones de última hora, corazonadas, intuiciones, impulsos, cagadas monumentales. El hecho al que hago referencia hoy, aquí, es un hecho tonto y sin mayor trascendencia...pero la cuestión de fondo es extrapolable a muchas otras situaciones mucho más serias: en la vida, la mayoría de las cosas que pasan, pasan por azar. No tienen mayor explicación que esa. No hay un motivo ni una explicación lógica. Cuando un niño pequeño entra en la fase del porqué, preguntando todo el rato "y por qué? y por qué?", casi siempre se llega a las dos mismas respuestas para acabar con la discusión: "Porque sí" y "porque lo digo yo". Y punto. Podemos obsesionarnos con racionalizarlo todo, desgastarnos hasta el infinito intentando encontrar una respuesta que nos lama suavemente las heridas, encontrar el culpable, descargar toda nuestra ira sobre él, pero lo cierto es que hay infinitos porqués que no tienen una respuesta. No tienen una respuesta única, ni real, ni válida. A la mayoría de la gente no le gusta creer en la suerte, ni en la buena ni en la mala, porque no la pueden controlar. Pero es que la vida es incontrolable. Maravillosamente incontrolable. Así que respira hondo, toma impulso, coge carrerilla, salta. Salta y vuela. Bate tus alas. Planea. Sonríe. Disfruta. Sueña. A veces aterrizarás suavemente y, otras muchas, frenarás directamente con la boca. Entonces, llora, sí. Todo lo que quieras. Pero no pierdas el tiempo en preguntarte por qué. Porque sí. Porque lo digo yo. Y punto.
O es que no te vale "solo" con estar vivo...?

martes, 27 de septiembre de 2016

Es caprichoso el azar

"Quién es ese extraño? Me suena su cara, pero no lo conozco. No lo conozco, verdad? Quién ese extraño, que no me lo parece tanto?". Me lo crucé un día. Más bien, mi mirada se cruzó con la suya y estalló en confeti por los aires. Debía de ser invierno, porque recuerdo el calor de humanidad y calefacción de la cafetería de la universidad. Recuerdo el peso del abrigo y una mirada que me gritaba "Estoy aquí". Me dí la vuelta y lo encontré. Un extraño conocido. Es curiosa la vida. Quien me acompañaba me dijo "También me miraba a mí". Y lo olvidé. Pero es caprichoso el azar y me lo volví a encontrar. Una, dos, tres veces quizás. Siempre sentado, en silencio, nunca solo pero mirándome en solitario. Gritando con sus ojos: "Estoy aquí". Quién será ese extraño, que no me lo parece tanto. Apenas dos segundos, un fotograma de película. Vacío alrededor, ruido de fondo. Lo único que sentía en esos dos segundos era la energía que emana de la intensidad de las miradas furtivas. Calor. Calor era todo lo que irradiaba mi cuerpo, los vellos de punta de mi nuca. Lo vi una última vez más. Y desapareció. Dejé de verlo, pero sin darme cuenta lo buscaba instintivamente cada vez que ponía un pie en esa dichosa cafetería. Quién será ese extraño. De dónde habrá salido y, fundamentalmente, dónde coño se habrá metido. Soñé con él. Intenté buscarlo en el espacio abismal de una página web de la universidad. Pero nunca lo encontré. Desapareció, como desaparecen los sueños al despertarnos. Pasaron los meses. Seguí con mi vida. Soñe con otras vidas, con otros cuerpos. Lloré por otros. Y, de repente, un día, al entrar en la cafetería, volví a notar el calor irradiando desde mi nuca. Me di la vuelta y lo vi. Los ojos clavados en mi. La sonrisa. El extraño conocido había vuelto de su exilio, directamente hasta mi nuca. Juro que con la energía generada en esos dos segundos, se podía sustentar toda la iluminación navideña de cualquier ciudad, bueno, tal vez de un pueblo pequeño y austero...pero aun así. El extraño y yo seguimos iluminando pueblos pequeños austeros con nuestras miradas durante dos meses más sin cruzar ni una sola palabra. Hasta que una tarde de agosto, de repente, un mágico correo llegó a mi bandeja de entrada con una preciosa solicitud de amistad. A mi, sí, a mi que me sé de memoria los diálogos de "Tienes un e-mail". Ahí tenía el mío. Acepté y charlamos. Charlamos sin parar. Una tarde. Una noche. Bonne nuit. Una semana. Dos semanas. Vacaciones. Tres semanas. Descubrí que tenía novia y un interés fuera de lo normal por conocerme. Cuatro semanas. Se mascaba la tragedia, pero yo seguía. Contra todo pronóstico, yo seguía. Charlando desde mi nuca. Soñe mi vida despierta, que es como mejor se sueña. Soñé que todo era posible cuando hay miradas que iluminan pueblos austeros enteros. Soñé y aceleré. Y me ahogué en mi propia comedia romántica. He visto demasiadas películas basura. Tengo demasiada imaginación. Y mucha prisa por vivir. Más prisa de la que tenía mi ya-no-extraño conocido. Nunca llegué a verlo. Nunca llegué a escuchar su voz. No estallaron nuestras miradas en confeti nunca más. No volvió a pisar "nuestra" cafetería. Dejé de sentir el calor en la nuca, tal vez fue solo el viento frío del otoño. Quién sabe. Él se quedó con lo que conocía y yo me quedé sin mi extraño. Tal vez en Navidad se vuelva a iluminar aquel pueblo austero. Quién sabe. La energía no se crea ni se destruye. Solo se transforma. Te transforma. Te trastorna.

miércoles, 29 de junio de 2016

Vuestra conformidad y nuestra generación

En esta generación olvidada entre la de nuestros padres y la de nuestros primos pequeños. Entre la precariedad, el exilio y la búsqueda eterna de la estabilidad largo tiempo perdida. Rehaciendo conceptos, deshaciéndonos de los miedos y encontrando algunos nuevos. Con más información que nunca y con la cosas cada vez menos claras. Decepcionados, aburridos, resignados. Madurando a base de traspiés. Con las esperanzas puestas en la próxima beca, en el próximo contrato temporal. Sin jubilación. Sin ahorros la mayoría. Perdónenme los votantes de la derecha si los insulto. Perdónenme si creo que esta generación, la nuestra, está especialmente jodida por las políticas de austeridad y por las pseudosocialistas que nos llevaron hasta ellas. Llámenme perroflauta por trabajar 50 horas a la semana y ganar 1000 pavos al mes mientras hacía mi tesis y salir corriendo del lab a las Setas a gritar "no nos representan". Llámenme como quieran porque lo único que siento es rabia. Rabia de llevar toda mi vida partiéndome los cuernos estudiando y trabajando y sentirme más reconocida en un año y medio en el extranjero que en toda mi vida en España. Rabia de sentir que somos un país de perdedores que prefieren vivir en la miseria y dar las gracias por las migajas, cuando somos profesionales de lo mejor formados en toda Europa. Tengo rabia de que me hablen de lo pobres que seríamos con políticas de izquierdas mientras la clase media española desaparece en un exilio forzado. Perdónenme si me cago en todo lo cagable al ver los resultados de las elecciones, de vuestro conformismo de sofá, de vuestro venga a poner el culo a nuestra costa. Perdónenme si creo que nos merecemos algo mejor. Perdónenme si yo elijo que no me gane el miedo. Yo el miedo lo combato cada día cuando me levanto, a miles de kilómetros de todo lo que alguna vez pude llamar "mi zona de seguridad". Anda y que te den, Mariano. A ti y a todos los delincuentes con traje y corbata que tienes por compañeros en el congreso.

miércoles, 25 de mayo de 2016

El aire en que no estás

Como volver a casa después de un largo viaje. Dejar las maletas en la entrada, olvidarte de ellas. Quitarte los zapatos, andar descalza. Soltar el sujetador en cualquier esquina sobresaliente, en el suelo directamente. Deshacerte de la ropa sucia. Sucia por sucia y sucia por aburrimiento, por haberte puesto las mismas tres camisetas una y otra vez, los mismos pantalones, la misma falda. Caminar instintivamente hacia la ducha. Agua caliente, hirviendo al principio, hasta coger la temperatura adecuada. Lavarte la cara y olvidarte de ti misma bajo un chorro de agua que lo arrastra todo de tu cuerpo al desagüe. Perder la noción del tiempo conforme se empañan los cristales y se enrojece la piel. Salir de allí y, sin apenas secarte, tumbarte destrozada, como nueva, en una cama con sábanas blancas con olor a suavizante, a limpio. Abandonarte a esa sensación y quedarte dormida. Hay personas, momentos que compartes con esas personas, que evocan en mi justo esa sensación. Hay personas, momentos que compartes con esas personas, que son justamente así: como volver a casa, una y otra vez. Si alguien alguna vez me preguntara "qué es para ti el amor" o "cómo saber si es la persona adecuada" yo le respondería con estas mismas palabras. No sabría explicarlo de otra manera. Con el corazón a punto de estallar, con una sonrisa, sin prisas, sin tiempo, completos y complementándonos. Al arrullo de la noche, con la brisa de la mañana. Sin excusas, sin promesas, desnudos con la ropa puesta y sin ella. "Para siempre" es algo que no se sabe hasta que no ha pasado. "Para siempre" no es algo que se pueda firmar. Pasa o no. Y, si pasa, te rindes y lo abrazas. Si pasa, que pase. Si pasa, no tengas miedo de emprender un nuevo viaje. No tengas miedo de irte lejos. Porque, si pasa, siempre tendrás un lugar al que volver. 
Y volverás.

jueves, 17 de marzo de 2016

Breve relato de lo breve

Era más hermético que una bolsa de envasar al vacío, pero tenía una sonrisa que me hacía temblar como en las mañanas más frías del invierno. Llegó cuando yo aún pensaba que todo era posible y llenó de ilusiones y miedo, a partes iguales, todas y cada una de las horas que pasé pensando en él, a su lado. Intentando adivinar lo imposible, en cada gesto, en cada palabra. A veces compartimos sofá y pensamientos, Jorge Drexler y canciones antiguas que nunca pasan de moda. Se fue antes de que me diera tiempo de decidir si le quería de verdad o solo eran mis ganas. Ya apenas recuerdo nada de lo que sentía ni de todo lo que lloré después. Pero recuerdo sus manos, grandes y ásperas, que contaban más de él que nada de lo que nunca decía. Un amor que duró lo que dura el verano, con sus tardes eternas y sus mañanas de sol entrando a hurtadillas por los huecos que dejan las persianas del sur. Y una sonrisa que aún hoy se dibuja, entre melancólica y cómplice, a cada canción de Jorge Drexler que ahora suena. Aquí y allí, en el tiempo y en el espacio.

https://www.youtube.com/watch?v=DjzgjhSJ2Oc

miércoles, 24 de febrero de 2016

Entre mirar y bailando

Hay distancias de espacio. Y hay distancias de tiempo. Hay distancias de cuerpos. Distancias de sonrisas. Distancia de risas. Distancia de uno mismo. Distancia de todo lo que tienes alrededor. Echamos de menos a la vez que echamos de más. Sentimientos encontrados y personas perdidas. Hay caminos que se cruzan y se diversifican. Caminos que anhelamos y caminos que, sin querer, encontramos. Hay personas que llenan nuestra vida, incluso en la distancia, y personas que nos vacían a base de distancia, incluso cuando se encuentran cerca. Los inviernos son largos en el norte. Los veranos son demasiado largos en el sur. Hay tanta obviedad en estas palabras, que a veces es bueno recordarlas. Porque se quedan como flotando en lo cotidiano y se diluyen como ruido de fondo. No existen manteles sin manchas, existen mesas con pocas cosas encima. Existe un breve intervalo entre que hemos terminado de almorzar y recogemos la mesa. Hay que quitar los trastos de la mesa, dejarla libre. Por un tiempo. Volver a ponerla para cenar. Hay intervalos de tiempo entre lo que construimos y lo que queda por montar. Intervalos en los que nos quedamos mirando sin hacer nada más. Hablan de miradas perdidas, pero solo son miradas abandonadas a la deriva. En un punto fijo. En millones de pensamientos por segundo. No se puede batir las alas y volar ininterrumpidamente. Hay que parar, dejarse llevar por las corrientes de aire, planear. Volver a batir. Aterrizar. Descansar. Un tiempo quietos. Encontrar pista para despegar de nuevo. Vivimos tiempos rápidos. Parece que no vivimos si no estamos continuamente en movimiento. Movimientos rápidos. Seguros o inseguros, pero movimiento constante. Estar quieto también es vivir, no te confundas. Lo importante es encontrar el ritmo. Escuchar la música. Moverse al compás. Rápido, rápido, lento. Rápido, rápido, lento. Vivir es como bailar. Solo que todo el tiempo.