martes, 29 de noviembre de 2016

Home is where the heart is.

Hay un montón de cajas apiladas en la puerta. Están llenas de cosas que ya no pertenecen a ningún sitio. Yo, las esquivo cuando entro. Las aparto cuando salgo. Las cargo, me las llevo. Van desapareciendo de ese horrible rincón junto a la puerta. Poquito a poco. Y, en un momento, otras cajas nuevas van ocupando el lugar que dejan las otras. Recoger, desmontar, empaquetar, apilar, transportar, subir, vaciar. La vida no cabe en cajas ni puede meterse en bolsas. Se queda aquí, entre estas paredes. Agarrada al sofá cama. Asomada a la ventana, escondida entre las cortinas. Sentada en la barra, observando. Se escuchan risas y gemidos. Más risas y algún llanto. Ya no hay libros en la estantería ni ropa en los cajones ni cuadros colgados en ningún sitio. Pero aquí sigue habiendo vida, aun cuando ya no quede nada mío. Una vida que me llevo y una vida que se queda. Me enamoré de una casa que ahora dejo. Son tristes las despedidas. Son jodidamente tristes. Putas despedidas tristes. Puta mierda de despedidas. Tristes. Joder. Dejadme que me despida llorando. Dejadme que lo sienta. Dejadme estar triste, aunque solo sea un rato aquí, en este pequeño instante de soledad entre mis paredes y yo. Entre mi sofá y yo. Estoy triste, coño. Y lloro. Todo va a ir bien. Pero ahora, solo ahora, aquí, este ratito, me da igual todo lo bueno que vaya a pasar. Porque ahora, aquí y ahora, me estoy despidiendo de mi hogar. Y le debo, cuanto menos, una despedida triste. Una puta y triste despedida. Aunque solo sea por estos tres años de maravillosa y perfecta convivencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario