domingo, 18 de junio de 2017

Un hogar lejos de casa.

"Yo no soy embajador de nada" decía. Lo decía con rabia, con tristeza, con melancolía. Con el dolor de quien se siente en cierta manera traicionado. "Nos utilizan para sus políticas de mierda. Yo no soy embajador de nada". Por lo visto, algún político venido arriba, desde su sillón confortable y calentito a escasos 20 minutos de su casa, había hablado recientemente de los jóvenes emprendedores que habían decidido irse a trabajar al extranjero. Hablaba de nosotros como "embajadores de nuestro país y nuestra cultura por todo el mundo". No señor, yo tampoco soy embajadora de nada. Y no quiero que usted tenga la poca vergüenza de hablar de mi. No somos jóvenes emprendedores con un espíritu inquieto, es que somos consecuencia directa de sus políticas precarias en ciencia y tecnología. Científicos, ingenieros, arquitectos. Todos fuera. "A mí lo que me da la vida es el día a día con mis amigos. Un cumpleaños. Un concierto. Quedar en el bar guarro del pueblo donde nos juntamos todos en Nochebuena. Ésa es la vida. Y yo me la estoy perdiendo". Lleva viviendo fuera casi el mismo tiempo que yo. Y no sé si es porque los dos somos sevillanos y crecimos de botellón en el circulito de la Alameda. Entre el Fun Club y la Malandar. Si hay algo en el sur que nos atrapa, que siempre queremos volver. Echamos de menos hasta el calor de 40 grados, por muy insoportable que nos resulte cuando volvemos a casa en verano. Se juntan tres expatriados y surge la magia. Alguien que me entiende! Todos estos trabajos tan fantásticos que dejaron de compensarnos al poco tiempo. "Yo me quiero volver". Y nos pedimos otra pinta de cerveza que le da mil vueltas a la Cruzcampo, pero ay! que si la cambio. La distancia que todo lo idealiza. La sensación constante de estar perdiéndote algo, aunque no sea del todo cierto. Aunque tú estés viviendo otras miles de cosas que no estás compartiendo. En casa todo sigue igual. La vida pasa en slow motion y encuentras cierto placer en la melancolía romántica de vivir mirando siempre hacia el sur. Ha pasado ya suficiente tiempo como para estar cansado de seguir aquí, sin establecer vínculos reales, porque estás de paso. Porque no quieres quedarte. Pero, al mismo tiempo, ha pasado tiempo suficiente como para que lo que ya has invertido, laboral y emocionalmente, te reporte algún tipo de recompensa real y tangible. Seguimos bebiendo al fresco de la noche suiza. Nos vamos a casa. Quedamos para el próximo miércoles, que hay conciertos. Seguimos adelante. Viviendo fuera. Viviendo lejos. Viviendo, sí. Con cierta sensación de que no del todo. Skyscanner. Próximo vuelo directo con destino a casa. Ponme tres.

jueves, 8 de junio de 2017

Como a una ventana llena de sol.

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol."
(F. García Lorca).

Cerré de nuevo la puerta de los anhelos locos hacia el hombre equivocado, pero la dejé entreabierta a ese sentimiento dulce de cariño de quien te da lo que necesitas en un momento dado, aunque no lo mantenga en el tiempo y, más allá, en la distancia. Más allá del odio y la locura transitoria, siempre queda una huella que permanece más o menos superficialmente. Que, si bien se desdibuja en el tiempo, no llega a borrarse del todo. Si se quedaron las ventanas abiertas. Si te asomaste el tiempo suficiente como para que aún queden rastros de brisa y sonrisas en el rostro.