lunes, 17 de octubre de 2016

Todo o nada. Nada, que te hundes.

De vez en cuando, la vida también nos gasta una broma. Te pone un poquito de miel en los labios. Te abre una ventana, te pone una escalerita para que te asomes. Te da una tregua. Y tú, que vives en multicolor, a flor de piel, a todo o nada, coges impulso y te tiras en plancha sin mirar siquiera si la piscina está llena. Porque esas milésimas de segundo sobrevolando el infinito, con el aire fresquito de cara, ingrávidos, soñando con el baño que te vas a pegar casi que merecen más la pena que el baño en sí mismo. De ahí que, cuando caemos de boca, a todo o nada, la hostia sea antológica. De las de sangre y mocos y lágrimas, todo junto. Todo o nada. Y es en ese momento, justo ahí, cuando te encuentras sola llorando a moco tendido en el fondo de la piscina vacía, que te viene todo el pensamiento racional de golpe. Cuando estabas cogiendo carrerilla, no. Ahora. Ahora que ya te has partido la boca por cuarta vez consecutiva. Es entonces cuando te golpea la pregunta del millón: "Por qué?". Ahora sí, ahora te sobran las neuronas. Empiezas a generar tantas conexiones neurales por milisegundo que echas humo. Si se pudiera reconducir toda esa energía y esfuerzo neuronal, estoy segura de que podríamos aprender a leer mentes ajenas o, incluso, a teletransportarnos. En serio. Pero no. Ahí invertimos: en encontrar una respuesta. Una respuesta para una pregunta que parte de una premisa errónea: querer explicar con lógica actos absurdos, decisiones de última hora, corazonadas, intuiciones, impulsos, cagadas monumentales. El hecho al que hago referencia hoy, aquí, es un hecho tonto y sin mayor trascendencia...pero la cuestión de fondo es extrapolable a muchas otras situaciones mucho más serias: en la vida, la mayoría de las cosas que pasan, pasan por azar. No tienen mayor explicación que esa. No hay un motivo ni una explicación lógica. Cuando un niño pequeño entra en la fase del porqué, preguntando todo el rato "y por qué? y por qué?", casi siempre se llega a las dos mismas respuestas para acabar con la discusión: "Porque sí" y "porque lo digo yo". Y punto. Podemos obsesionarnos con racionalizarlo todo, desgastarnos hasta el infinito intentando encontrar una respuesta que nos lama suavemente las heridas, encontrar el culpable, descargar toda nuestra ira sobre él, pero lo cierto es que hay infinitos porqués que no tienen una respuesta. No tienen una respuesta única, ni real, ni válida. A la mayoría de la gente no le gusta creer en la suerte, ni en la buena ni en la mala, porque no la pueden controlar. Pero es que la vida es incontrolable. Maravillosamente incontrolable. Así que respira hondo, toma impulso, coge carrerilla, salta. Salta y vuela. Bate tus alas. Planea. Sonríe. Disfruta. Sueña. A veces aterrizarás suavemente y, otras muchas, frenarás directamente con la boca. Entonces, llora, sí. Todo lo que quieras. Pero no pierdas el tiempo en preguntarte por qué. Porque sí. Porque lo digo yo. Y punto.
O es que no te vale "solo" con estar vivo...?