martes, 27 de septiembre de 2016

Es caprichoso el azar

"Quién es ese extraño? Me suena su cara, pero no lo conozco. No lo conozco, verdad? Quién ese extraño, que no me lo parece tanto?". Me lo crucé un día. Más bien, mi mirada se cruzó con la suya y estalló en confeti por los aires. Debía de ser invierno, porque recuerdo el calor de humanidad y calefacción de la cafetería de la universidad. Recuerdo el peso del abrigo y una mirada que me gritaba "Estoy aquí". Me dí la vuelta y lo encontré. Un extraño conocido. Es curiosa la vida. Quien me acompañaba me dijo "También me miraba a mí". Y lo olvidé. Pero es caprichoso el azar y me lo volví a encontrar. Una, dos, tres veces quizás. Siempre sentado, en silencio, nunca solo pero mirándome en solitario. Gritando con sus ojos: "Estoy aquí". Quién será ese extraño, que no me lo parece tanto. Apenas dos segundos, un fotograma de película. Vacío alrededor, ruido de fondo. Lo único que sentía en esos dos segundos era la energía que emana de la intensidad de las miradas furtivas. Calor. Calor era todo lo que irradiaba mi cuerpo, los vellos de punta de mi nuca. Lo vi una última vez más. Y desapareció. Dejé de verlo, pero sin darme cuenta lo buscaba instintivamente cada vez que ponía un pie en esa dichosa cafetería. Quién será ese extraño. De dónde habrá salido y, fundamentalmente, dónde coño se habrá metido. Soñé con él. Intenté buscarlo en el espacio abismal de una página web de la universidad. Pero nunca lo encontré. Desapareció, como desaparecen los sueños al despertarnos. Pasaron los meses. Seguí con mi vida. Soñe con otras vidas, con otros cuerpos. Lloré por otros. Y, de repente, un día, al entrar en la cafetería, volví a notar el calor irradiando desde mi nuca. Me di la vuelta y lo vi. Los ojos clavados en mi. La sonrisa. El extraño conocido había vuelto de su exilio, directamente hasta mi nuca. Juro que con la energía generada en esos dos segundos, se podía sustentar toda la iluminación navideña de cualquier ciudad, bueno, tal vez de un pueblo pequeño y austero...pero aun así. El extraño y yo seguimos iluminando pueblos pequeños austeros con nuestras miradas durante dos meses más sin cruzar ni una sola palabra. Hasta que una tarde de agosto, de repente, un mágico correo llegó a mi bandeja de entrada con una preciosa solicitud de amistad. A mi, sí, a mi que me sé de memoria los diálogos de "Tienes un e-mail". Ahí tenía el mío. Acepté y charlamos. Charlamos sin parar. Una tarde. Una noche. Bonne nuit. Una semana. Dos semanas. Vacaciones. Tres semanas. Descubrí que tenía novia y un interés fuera de lo normal por conocerme. Cuatro semanas. Se mascaba la tragedia, pero yo seguía. Contra todo pronóstico, yo seguía. Charlando desde mi nuca. Soñe mi vida despierta, que es como mejor se sueña. Soñé que todo era posible cuando hay miradas que iluminan pueblos austeros enteros. Soñé y aceleré. Y me ahogué en mi propia comedia romántica. He visto demasiadas películas basura. Tengo demasiada imaginación. Y mucha prisa por vivir. Más prisa de la que tenía mi ya-no-extraño conocido. Nunca llegué a verlo. Nunca llegué a escuchar su voz. No estallaron nuestras miradas en confeti nunca más. No volvió a pisar "nuestra" cafetería. Dejé de sentir el calor en la nuca, tal vez fue solo el viento frío del otoño. Quién sabe. Él se quedó con lo que conocía y yo me quedé sin mi extraño. Tal vez en Navidad se vuelva a iluminar aquel pueblo austero. Quién sabe. La energía no se crea ni se destruye. Solo se transforma. Te transforma. Te trastorna.