sábado, 19 de diciembre de 2015

Jornada de reflexión

Durante mi jornada de reflexión de hoy (que no es real porque, como exiliada afortunada que soy, yo ya he votado) he estado pensando, entre otras cosas, en mi madre y sus amigas, en mi familia, en mis amigos. Ni yo ni la mayoría de los hijos de las amigas de mi madre viven a día de hoy en España. Tampoco algunos de mis primos ni muchos de mis amigos. Somos científicos, médicos, arquitectos, ingenieros. Somos hijos de familias de clase media, profesores de instituto en su mayoría, a los que no nos ha faltado de nada nunca. Ni amor ni dinero ni oportunidades. Nuestros padres vivieron en dictadura durante gran parte de su vida, privados de libertades. Vivieron las primeras elecciones de la democracia con ilusión y esperanza, como hoy las vivimos sus hijos a miles de kilómetros de nuestro hogar. Nos dieron la mejor educación que nunca pudimos soñar y, nosotros, nos aplicamos para ser los mejores. Estudiamos para tener una vida mejor. Para tener un trabajo digno que nos permitiera, además, desarrollarnos como personas plenas con trabajos cualificados y poder permitirnos algunos lujos como ir al cine de vez en cuando, a algún concierto, al teatro y saciar nuestros espíritus curiosos viajando. Estoy segura que las personas de la que hablo (yo, mis amigos, mis primos, los hijos de los amigos de mi madre) no aspiran a tener un Jaguar aparcado en la puerta ni una cuenta multimillonaria en algún paraíso fiscal. Nos educaron para conseguir todo lo que quisiéramos, sin más lujos que disfrutar de la cultura y de nuestro tiempo libre en compañía de los amigos y la familia. Fuimos educados de tal manera que a día de hoy, todos tenemos estos trabajos que soñamos. Esta vida que nuestros padres soñaron para nosotros. Solo que no la tenemos en España. A nuestro país no le importamos. Nos echaron. Y nos fuimos. Ninguno de nosotros tenemos en mente volver, pero si nos preguntas a cualquiera todos te responderemos que "nos encantaría". Pero no a cualquier precio.
Después he pensado en mis amigos y en mi familia que han decidido quedarse en España. Pienso en que la mayoría de mis compañeros de carrera se han incorporado al mercado laboral después de los 30, los que han conseguido hacerlo. Y casi ninguno trabaja como biólogo a día de hoy. Pienso en mis compañeros de tesis, doctores todos, que enganchan un contrato como técnico de laboratorio detrás de otro. Pienso en los médicos que viven con contratos mensuales. Y pienso en todos los escritores, poetas, músicos, actores, directores y demás artistas que no pueden vivir de su arte. Pienso en mi prima, periodista con experiencia, que fue víctima de un ERE y lleva más de un año en paro. Pienso en mis tíos y en los padres de mis amigos que pasan su jubilación cuidando de sus nietos y ayudando a sus hijos a llegar a fin de mes.
Y después de pensar en todos nosotros que, como ya he dicho al principio, nunca nos ha faltado de nada, he pensado en todos aquellos que jamás, desde que nacieron, han tenido la suerte de disfrutar de ni una sola de las oportunidades que he tenido yo.
Yo no os pido que votéis a ningún partido afín a mis ideologías particulares, porque creo en la diversidad y estoy trabajando en los límites de mi tolerancia. Pero si os pediría que os tomáseis unos minutos para reflexionar de verdad. Para que miréis a vuestro alrededor y penséis, de verdad, si este es el país que queréis. Para vosotros, para vuestros hijos. No podemos hacer grandes gestos para cambiar el mundo, pero tenemos en nuestras manos un arma fundamental para cambiar el curso de la historia: NUESTRO VOTO. No lo malgastes, utilízalo. Y utilízalo bien.
GRACIAS.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Cambios en tiempo

Normalmente me gusta hacer un repasito del año que se va el mismo día de fin de año, pero este año voy a hacerlo un poquito antes, a escasos 9 días de volver a casa por Navidad. Mientras se me cae la nariz de frío asomada a la ventana fumándome un cigarrito y dejando mis pensamientos pasar. Sería imposible hacer un resumen de todas las cosas que he vivido este año. El primero de mi exilio, digamos que voluntario. Hace un año estaba nerviosa y muerta de miedo pensando en todo lo nuevo que me esperaba por vivir. A día de hoy estoy más agradecida que cualquier otra cosa. A ratos más cansada. Y cada vez más fuerte. Experiencias que te curten. Momentos que te desbordan el corazón de felicidad. Y, sobretodo, orgullosa. Por haber vivido más de lo que he sobrevivido. Quizás haya poca gente que entienda la vida que elijo vivir cada día. Definitivamente, es poca la gente con la que puedo compartirla. Estar sola no es algo que uno elija, aunque ciertamente hay decisiones que tomamos que nos acercan más ella de lo que nos alejan. Otras veces, no es más que la consecuencia de una serie de catastróficas desdichas. He descubierto que el proceso de adaptación es directamente proporcional a la magnitud del cambio y, en mi caso, he de decir que el proceso de adaptación no ha terminado todavía. Todavía sigo teniendo una ligera sensación de transitoriedad en este exilio. A veces me sorprendo en la urgencia de que acabe ya. Pero, como todo, se pasa. Paciencia: qué gran regalo de la madurez. Y qué difícil. Asumir que hay asuntos que son cuestión de tiempo. Conocerse a uno mismo lo suficiente para darse los márgenes que necesita. Tener paciencia para afrontar los momentos de metamorfosis y estar lo suficientemente alerta como para saber cuándo han terminado. Primero, cuidarse a una misma, quererse por encima de todas las cosas. Ésta es fundamental cuando estás a miles de kilómetros de toda la gente que te quiere y que mejor te conoce, en la que siempre has confiado parte de tus cuidados. Estoy en ello. Segundo, abrirse a nuevas experiencias, dejar hueco en tu corazón para las personas nuevas que potencialmente pueden ocuparlo. Ésta ha sido un poco más fácil, quizás he tenido suerte de caer en un lugar en el que me estaban, en cierta manera, esperando. O no. Pero donde me hacen sentir así a diario. Tercero, hacerse fuerte en un entorno laboral nuevo. En un campo de trabajo diferente, complicado, con un modelo de estudio más complejo. Encontrar los puntos comunes. Confiar en tu experiencia. Crecer sin perder de vista todo lo que ya habías aprendido. Darte cuenta de que nunca se empieza de cero del todo. Ganarse el respeto y el cariño de los que trabajan contigo. Aprender de ellos, de su experiencia, de sus puntos de vista. Distinguir cuándo son mejores y cuándo son, simplemente, diferentes. Ésta ha sido, sin duda, la más compleja, la que más tiempo me está costando y la que se lleva prácticamente el 90% de toda mi energía. Porque es la razón fundamental que me trajo aquí: poder trabajar. Y, por último, cuando todas las demás están en su sitio: expandir el círculo. Ésta sea, quizás, la más complicada. Requiere más tiempo, al menos en mi caso. Tener afianzadas las demás primero. Conquistar los puertos seguros, ir a por el resto después. Éste es mi propósito de año nuevo: socializarme más allá de mis horas de trabajo, tener una vida aparte. Es el único que tengo, hace tiempo que dejé de hacerme a mí misma promesas que sé que no puedo cumplir. En cuanto a todo lo vivido, más que lo aprendido, diré que si hay una palabra que lo resume todo es VIAJAR. Una de mis grandes pasiones que siempre he intentado desarrollar y que, sin duda, este año he explotado al máximo. Ginebra, Berna, Los Alpes, Nueva York, Heidelberg, Londres, Barcelona, playas de Huelva, sierra de Cádiz y vuelta al hogar materno. Volver a Sevilla y disfrutarla como un extranjero o, mejor, como un exiliado sabiendo que no es para quedarse. Disfrutando todos y cada uno de mis rincones favoritos. La cerveza, las tapas, los gintonics en copa de balón. Mi bici. Mi río. Sacando tiempo para todas las persona que me dejo allí y a las que tantísimo echo de menos. Como he dicho al principio, me quedan días para estar de nuevo de vuelta y olvidarme de la transitoriedad, los retos, la distancia. Cuento las horas para estar de nuevo en casa, de vacaciones. Cuento las horas para dejar la mente en blanco, para dejarme llevar, para disfrutar y ser simplemente feliz durante dos semanas. Sin más documentos adjuntos que yo misma, mi maleta y mi sonrisa.

domingo, 6 de diciembre de 2015

De atardeceres fucsia y aves de corral

Podría ser un atardecer igual, pero es distinto. El sol se está escondiendo por donde siempre y los reflejos naranja, rojo, violeta, fucsia desiluminan el puente de siempre, ahora encendido. Objetivamente es precioso. Podría hacer cientos de fotos, como esas personas sentadas posando a lo largo de todo el paseo ¡Qué bonito! Tenemos hasta banda sonora. Suenan cornetas y tambores. Conmovedor. Podría parecerme tan espectacular como me lo ha parecido las tantas otras veces que lo he visto, que lo he disfrutado. Y, sin embargo, hoy me ha parecido distinto. Distinto por lo vulgar. Por lo cotidiano. Por lo extraño y conocido, quizás viciado. Porque lo he visto tantas veces igual que ha dejado de resultarme especial. Y ni la música  ni los colores ni el olor ni la gente ha llegado a conmoverme. Como tantas otras veces. No me inspira este escenario. La misma imagen en mi cabeza una y otra vez: atardecer en Concorde. Mira que era triste París. Quería volver a toda costa y no seguir allí sola. Ya no estás sola, no (aunque inevitablemente estés sola en cualquier parte, porque es así, es parte de ti; "soledad que pegas a mi alma..."). Pero has sacrificado la belleza, la emoción, la inspiración, la incertidumbre. La novedad. En cierta forma, la libertad. Porque en lo desconocido, en lo ajeno, de alguna manera todavía queda pista para despegar. Noche para soñar. Y mañanas. Y tardes. En este conocido y familiar se encuentra lo confortable y lo reconfortante. Pero sólo existen pequeñas pista de despegue para vuelos bajos de corto recorrido que duran menos que un suspiro. Culos inquietos y espíritus inconformistas queriendo siempre volar lejos. Y volver. A la deriva seguir volando. Y ensachar las alas. Estirarlas amplias. Cansarte de volar y volver.
Y supongo que quizás todo es así, que al igual que un atardecer puede ser bonito toda la vida, esa sensación no dura eternamente. Y quieres buscar un atardecer igual pero distinto en cualquier otro lugar. Porque eres incapaz de matar la curiosidad. Y porque existe un sentimiento extraño que va y viene y siempre está. Una voz que te dice "¿Crees que esto es todo lo que puedes conseguir? ¿Crees que no se puede ser ya más feliz?".
Te acostumbras y te conformas y te acomodas y te reconfortas y te quedas y te conviertes en un ave de corral que no puede volar pero intenta correr. Y no está mal. Es tu elección. Pero no intentes convencerme de que también sea la mía.

Si en noches como esta las ventanas dieran al mar...

Si pudiera tener un balcón grande sin rejas ni cristales que diera directamente al mar, me sentaría en noches como ésta a ver el reflejo de la luna dibujándose, desdibujándose, yendo y viniendo. Con la vista puesta en un único punto fijo que en realidad no es nada. Es más allá del infinito de las cosas. Me sentaría a no hacer nada. A no pensar en nada. A mover el agua cálida con los pies. A dejar que todo fluyera hasta la punta del dedo gordo y de ahí al agua y del agua a ninguna parte. Dejando volar las cenizas en la brisa que arranca del mar. Jugaría con el tiempo. Lo detendría, lo haría pasar deprisa, lo haría pasar lento y distinto. Borraría y empezaría de nuevo. Y así en un cigarro infinito que no mata y arregla el mundo. Humo y agua. Cenizas al aire. Sangre rehidratada, renovada, desde el dedo gordo al corazón. Del corazón al cerebro. Ensancha el cráneo. Que la presión se la lleve la marea. Lejos, que no vuelva. Que el horizonte no sea ni una línea. Que no se vea. Que sólo exista un mar estrellado y una luna. Y un pie que toca libre y respira. Y un cigarro que se consume. Y una llama que no se apaga.

Espuma en la orilla

En un hueco de la memoria, intentando pasar desapercibido. Como aquella camiseta que me encantaba y que ya no me pongo nunca, pero que tampoco tiro. En algún lugar, lejos del olvido y de lo cotidiano. En un rincón escondido. Difuso. Casi inventado. De lo que fue y de lo que nunca ha sido. Un recuerdo. Un latido triste, fuera de cobertura. 
Eso eres. Ahí estás.

Una mujer real

Suéltate el pelo. Quítate la ropa. Sube las persianas, que entre la luz. Ponte delante del espejo de cuerpo entero. Mírate. Mírate bien. Detente en los detalles. Mírate. Con cariño. Mírate bien. Apréciate. No busques los defectos. Céntrate en los detalles. Admira el conjunto. Define las formas. Cuenta los lunares. Los pliegues. Las curvas y las rectas. El vello. Los granos. La longitud de tu cuerpo. Todo su esplendor. La celulitis. Las flojeces. Las cicatrices. Los músculos. El color. La forma. Esa eres tú. Eso es una mujer real. No lo que dicen las portadas de las revistas ni el blog de moda. Una mujer real eres tú. Tengas la talla que tengas. Sea lo alta que seas. Tengas las piernas largas o cortas. Tengas barriga o no. Una mujer real no es un concepto. No es un estándar. Es un cuerpo, sea el que sea. Y, sobretodo, es un cerebro. Son tus pensamientos, tus sentimientos. Lo que haces con ellos. Una mujer real es cualquiera. Somos todas. La que se despierta cada día con ganas de comerse el mundo y la que decide quedarse en la cama cinco minutos más. La que hace la comida a diario y la que no. La madre, la casada, la soltera. La que no tiene tiempo para estar pendiente del vello y la que sí. La que decide. Una mujer real soy yo. Con mis curvas, con mis kilos de más, con mis piernas cortas y fuertes, con mi culo gordo, con mis pechos grandes. Con mis días buenos. Y con todos los días malos. Con mi sonrisa y con mis lágrimas. Cuando soy sociable y con toda mi soledad. Cuando hago deporte y cuando decido quedarme en el sofá. Yo no soy quien nadie quiere sea. Soy yo. Cada día de mi vida. Desde que nací y hasta el día que me muera. Cuando te quiero y cuando te odio. Cuando canto, cuando bailo. Cuando trabajo hasta que ya no puedo más. Cuando sueño. Cuando vuelo. Cuando tropiezo. Cuando me caigo y no me puedo levantar. Cuando no quiero. Al carajo las tendencias. Al carajo todos los que escriben sobre belleza sin pensar en ninguna de nosotras. Al carajo todo vuestro photoshop, todos los recortes, toda la exaltación de lo que no es verdad. Al carajo el que dice que una mujer real es una mujer gorda. El que dice que una mujer real es una talla 34. Al carajo el que dice que cubras tu cara con un velo. El que te prohíbe hacer topless. El que dice que el desnudo es una ofensa. El que te censura. El que te presiona. El que te manda ser algo que no eres. El que te obliga a enseñar piernas y escote. El que te juzga por hacerlo. Al carajo todo aquel que no te deje ser quien eres, quien tú quieras ser. Al carajo todo aquel que quiere poner etiquetas. El que no te deja ser. Una mujer real. Menuda frase de mierda. Todas somos mujeres reales. Y, al que no le guste, que no mire. Que se vaya. Que no vuelva. Que nadie intente nunca más encasillarte en ninguna parte. Que nadie te quite tu libertad. Tú decides. Sé.

De sueños, dolor y memoria

Manolo (o Tito, como lo llamaban en su familia) era biólogo, entre otras muchas cosas. Tenía un espíritu creativo y curioso que, según me cuentan, le llevó a construir una bicicleta (una miniatura, se entiende) a partir del mecanismo de un reloj. Le gustaba el campo, la fotografía y volar aviones a la orilla del río que hacía el mismo. Nunca le faltaba una bota de vino, una navaja y unos prismáticos en sus ansiadas salidas al campo. Le gustaba la música. Todas las mañanas en la radio de su coche sonaba Radio 3, así estuvieran contando la historia de Jack el destripador y su hija fuera en el asiento de atrás. Le gustaban las motos. Incluso se atrevió con el trial. A veces, incluso, con su hija montada detrás, bien abrazada a su cintura. También le gustaba su trabajo. Y lo sé, entre otras cosas, porque recuerdo que le dio por pintar caras sonrientes en las papeleras del instituto para que la gente prefiriera usarlas a tirar la basura al suelo (y eso no lo hace uno si realmente no le gusta su trabajo, no?). Era paciente y cariñoso. Un amante de la cocina, como todo buen amante de la comida. Estoy segura de que también era un soñador. Pero se que, ante todo, era un luchador. Porque luchó fuerte, tan fuerte como tantas otras personas lo siguen haciendo cada dia. Solo que hay guerras que se pierden, por muchas batallas que uno gane. Manolo murió de cáncer a los 37 años, dejando atrás una vida a medias y multitud de corazones rotos, entre ellos, el mío. Manolo era mi padre. Hoy, veintipico años más tarde sigo intentando encajar recuerdos como piezas de un puzzle. Tengo un padre difuso en la memoria que me acompaña cada dia. Aunque no esté aquí presente para abrazarme como tantas veces una necesita en la vida que un padre lo haga. Mi padre no está, pero sigue vivo en la memoria de las personas que lo quisimos, que lo querremos siempre. 

Doctora en apuros

Deberían tenerme un mínimo de respeto. No quiero un sueldo elevado ni aspiro a un reconocimiento publicitario en los periódicos ni a ser hija predilecta de ningún sitio ni que premien nada de lo que hago. Sólo aspiro a que me dejen trabajar. Aspiro a tener un espacio acondicionado y dinero suficiente para poder poner en práctica mis ideas, comprobar mis hipótesis, volverme loca con resultados sin sentido intentando encontrar una explicación. Contribuir al conocimiento, aportar mi pequeño grano de arena. Hacer una ciencia digna. No soy de las personas más inteligentes que conozco, pero llevo formándome toda mi vida, trabajo duro, me encanta aprender y no he conseguido perder mi capacidad de sorpresa, mas bien al contrario, crece cada día. Tengo un espíritu curioso por naturaleza y pongo mucha pasión en todo lo que hago. Creo que tengo mucho que decir todavía. No estoy haciendo más que quitarme el polvo de las alas para echar a volar. Me voy a trabajar al extranjero porque quiero. Quiero ampliar mis horizontes, aprender nuevas formas de ver, de interpretar y de trabajar. Quiero conocer una sociedad distinta, aprender un idioma nuevo. Verme en situaciones extremas y resolverlas. Quiero un reto detrás de otro y salir con rasguños de todos ellos. Repito que me voy porque quiero. Quiero irme un par de años a un sitio, aprender, formarme y volver. Quiero volver a poner en marcha todo lo que he absorbido fuera. Quiero vivir cerca de mi familia y de mis amigos. Quiero vivir en el sur, cerca del mar. Donde el sol calienta y las tardes son eternas. Quiero que me dejen volver. A mi y a todos los valientes como yo que un día hacemos las maletas y nos vamos fuera para ser mejores. Quiero que me dejen disfrutar de mi tierra y volcar todo lo que sé en hacer de éste un lugar mejor. Quiero que no se rían en mi cara nunca más. Que no me digan más que vivo por encima de mis posibilidades cuando vivo de auténtico lujo con una beca miserable. Soy matrícula de honor de bachillerato. Licenciada en Biología, séptima de mi promoción. Tengo un máster en genética molecular. Hablo dos idiomas además del castellano y soy doctora con un currículum de publicaciones más que aceptable. Llevo trabajando desde que me licencié y nunca he cobrado más de 2000 euros. Soy inmensamente rica. No tengo un jaguar ni lo quiero. Me voy de este país de políticos de mierda, mucho menos preparados que yo, que cobran una indecencia por no hacer su trabajo. Por hacerlo MAL. Me voy sin saber si podré volver algún día en las condiciones que me merezco. Me voy para que una sarta de cabrones se sigan gastando el dinero que dicen que no tienen para pagarnos a gente como a mí. Me voy porque quiero, sí. Pero, si no vuelvo, será porque no puedo. Porque no me dejan. Porque NO NOS VAMOS, NOS ECHAN.

Muchacha

Llevo tres días tumbada en el mismo sofa, mirando la misma pared. No me malinterpretéis, me he movido. Levemente. He distraído mi mirada de esta pared, mi cuerpo de este sofá y mis pensamientos de este vacío. Y, sin embargo, aquí sigo. Los momentos de movimiento son ínfimos. La inmovilidad tiene la capacidad de dilatar el tiempo, de hacer eternos los momentos. He mirado el móvil cada cinco minutos durante una hora. Nada nuevo. He visto tres capítulos seguidos de la misma serie. Nada nuevo. He repasado facebook cada media hora. Nada nuevo. He visto un tuit nuevo por segundo. Nada nuevo. Todo sigue inmóvil. Como yo. Clavada en este puto sofá. Con la mirada clavada es esa puta pared. Mil trescientos cinco pensamientos por segundo. Y nada nuevo. No ha cambiado nada. No me quieres. Sigo esperando a que eso cambie. Pero no. Eso tampoco cambia. Clavada en un sofá. Mirada clavada en la pared. Cinco minutos después. Y sigues sin quererme. Nada nuevo. El tiempo se ha parado y no se bien como ponerlo de nuevo en marcha. Todo está girando, sigue pasando. Todo está en movimiento, gastando tiempo. Pero aquí dentro no. En el refugio de superman los relojes andan, pero el tiempo está quieto. Lo he parado yo. Estoy tumbada en el sofa mirando la pared. Mil trescientos cinco pensamientos por segundo. No me quieres. Nada nuevo. "Tienes que ponerte en marcha, muchacha". Tres días quieta. He conseguido parar el tiempo tres días completos. No ha pasado absolutamente nada. Tres días. Ninguna conclusión. Ningún problema solucionado. Ninguna decisión. Nada nuevo. Tres días completos. Tira de la cuerda. Apaga la bombilla. "Ponte en marcha, muchacha". No sobrevalores los sentimientos. La vida es tiempo. 

Exiliadas

Estás aquí, de alguna manera, de forma voluntaria. Pero no deja de ser un exilio. Somos exiliados políticos, porque son las políticas de nuestros países de origen las que hacen que no podamos cumplir nuestros sueños allí. Lo pensamos lo justo. Hacemos las maletas y nos vamos. Y llegamos aquí. El choque cultural existe, aunque sigamos en Europa. Ahora, más que nunca, me pregunto si realmente ahí abajo, en el sur, somos Europa o qué somos. Dejamos atrás a nuestra familia, a nuestro barrio, a nuestros amigos, nuestra lengua, nuestras tradiciones, nuestras comidas favoritas. Y empezamos una vida nueva lejos de todo lo que conocemos. Lejos de todo lo que hasta ahora ha significado seguridad y confort. No es que seamos más valientes que el resto, es que la escala de preferencias es distinta. Somos afortunados de tener un sueño y ganas de conseguirlo, aunque sea en tierras más frías y, de tanto en tanto, mucho más sombrías. La capacidad de adaptación del ser humano es acojonante. Acostumbrarse a "lo nuevo" no es fácil ni rápido, pero se consigue. Hemos llegado hasta aquí construyendo las herramientas que nos lo permiten. Somos gente de recursos. Ahora me acuesto más temprano y me levanto antes. Como a una hora distinta. Como platos diferentes. Me muevo en metro. Me he hecho al silencio, a las calles apenas iluminadas, al sol que brilla pero no quema. A la lluvia que casi no moja. A la nieve. A pagar por todo más de lo que vale. A pagar por todo y punto. A beber las cervezas de medio en medio litro. A no comer pescado. He descubierto quesos que hacen que se te salten las lágrimas al probarlos. Y estoy en proceso de pasar de largo por el pasillo lleno de estanterías llenas de chocolates distintos intentando seducirte. La gente es distinta. Es más fría, infinitamente menos empática, aunque no dejan de ser amables. Vengo de una ciudad maravillosa y rancia como ella sola en la que ya apenas queda nadie de los que fuimos. Por eso, tal vez, es menos difícil estar fuera. Me imagino viviendo allí de nuevo, con todo lo (poco) que tiene por ofrecerme y hace que vivir aquí, lejos, sea menos duro. Mañana vuelvo, por unos días, de vacaciones. A disfrutarla con tiempo libre, sabiendo que mi vida ya no está allí. Estoy exultantemente feliz de montarme en un vuelo mañana rumbo al sur, entre otras cosas, porque sé que no vuelvo para quedarme. Todavía no. Pero hay cosas que por mucho que el exilio tenga para ofrecernos, simplemente, son insustituibles. Como el abrazo de mi madre después de tres meses sin vernos. Como el reencuentro con las amigas que hacen que estar vivo merezca la pena. Como esa tapa de ensaladilla con su correspondiente cesta de picos y el botellín fresquito. Como respirar azahar y albero. La bulla, la guasa. El calorcito. La luz. Ojalá algún día todo cambie tanto que mis raíces estén a la altura de mis sueños. De momento, voy a seguir disfrutando de estas vistas del atardecer entre los Alpes mientras me relamo pensando en la explosión de carne de gallina de los abrazos que me voy a pegar dando los próximos siete días.

Distancias y ausencias

Lleva llorando tantos días seguidos que las lágrimas que corren ahora por su mejilla ni la sorprenden. Se ha acostumbrado a su llanto silencioso y rítmico como a respirar. Siente la pesadez y el cansancio de los años que no tiene, de los días que no ha vivido, del tiempo que ha desperdiciado. Ha salido de casa como una autómata. Sin detenerse frente al espejo antes, mirándose sin ver nada. Recorre las calles que sabe que le llevan donde quiere ir sin detenerse en el recorrido. Llega instintivamente al único lugar dónde sabe que puede respirar: una mesa junto al río. Se sienta con su mirada perdida y ausente. De repente la sorprende una voz que le pregunta: "Estás sola?". Tarda en contestar lo que a ella le parece una eternidad, como si no supiera que decir, como si necesitara coger impulso antes de realizar un triple salto mortal: "Sí. Una coca-cola zero, gracias". Se han quedado resonando en su cabeza esas palabras como un eco: "Estas sola? Sola. Sola. Sola". Se queda embobada mirando las luces reflejadas en el agua, sin pensar en nada, pensando en todo quizás. Sí. Está sola en un bar sentada junto al río. Al cabo de un segundo despierta a medias de su ensimismamiento y se queda distraída mirando a la gente pasar. Adivinando las vidas que hay detrás de esas sonrisas, de esos andares lentos, de los paseos, de los besos, de las conversaciones vacías, de manos entrelazadas. Piensa en si hay alguien que también la observe a ella. Si alguien entre todo ese vaivén de gentes ha detenido su mirada en ella, allí sentada. Sola. Junto al río. Le hace gracia intentar adivinar lo que alguien pueda intentar adivinar sobre ella. "No acertarían ni en un millón de años. Tal vez yo tampoco lo hago cuando los observo a ellos". El terrible pensamiento de que alguien conocido pase y la vea la inquieta, aunque no es suficiente para hacer que se levante y que se vaya. "Me da igual. Que piensen lo que quieran". Está allí sola porque ella lo ha decidido así, como otras muchas veces ha estado allí sentada igual de sola pero acompañada. O acompañada y feliz. O qué coño importa. El espectáculo de luces sobre el agua es suficiente. El humo que exhala. El cigarro que se consume. Los hielos que tintinean cada vez que levanta el vaso y bebe. Es su momento. El mundo se ha parado y ella lo observa. Respira y nada más. Respira y ya no llora. Y se sorprende. Se ha quedado detenida en un instante de eternidad. Es su vida. Es su momento. Es su tiempo. Y ella ahora lo quiere así: difuso y lento, casi quieto. Por primera vez en tantos días siente que está donde tiene que estar. Ella sola, con ella misma, con su humo, con su hielo, con sus luces y su río. Sola, tranquila y en paz.