domingo, 6 de diciembre de 2015

Exiliadas

Estás aquí, de alguna manera, de forma voluntaria. Pero no deja de ser un exilio. Somos exiliados políticos, porque son las políticas de nuestros países de origen las que hacen que no podamos cumplir nuestros sueños allí. Lo pensamos lo justo. Hacemos las maletas y nos vamos. Y llegamos aquí. El choque cultural existe, aunque sigamos en Europa. Ahora, más que nunca, me pregunto si realmente ahí abajo, en el sur, somos Europa o qué somos. Dejamos atrás a nuestra familia, a nuestro barrio, a nuestros amigos, nuestra lengua, nuestras tradiciones, nuestras comidas favoritas. Y empezamos una vida nueva lejos de todo lo que conocemos. Lejos de todo lo que hasta ahora ha significado seguridad y confort. No es que seamos más valientes que el resto, es que la escala de preferencias es distinta. Somos afortunados de tener un sueño y ganas de conseguirlo, aunque sea en tierras más frías y, de tanto en tanto, mucho más sombrías. La capacidad de adaptación del ser humano es acojonante. Acostumbrarse a "lo nuevo" no es fácil ni rápido, pero se consigue. Hemos llegado hasta aquí construyendo las herramientas que nos lo permiten. Somos gente de recursos. Ahora me acuesto más temprano y me levanto antes. Como a una hora distinta. Como platos diferentes. Me muevo en metro. Me he hecho al silencio, a las calles apenas iluminadas, al sol que brilla pero no quema. A la lluvia que casi no moja. A la nieve. A pagar por todo más de lo que vale. A pagar por todo y punto. A beber las cervezas de medio en medio litro. A no comer pescado. He descubierto quesos que hacen que se te salten las lágrimas al probarlos. Y estoy en proceso de pasar de largo por el pasillo lleno de estanterías llenas de chocolates distintos intentando seducirte. La gente es distinta. Es más fría, infinitamente menos empática, aunque no dejan de ser amables. Vengo de una ciudad maravillosa y rancia como ella sola en la que ya apenas queda nadie de los que fuimos. Por eso, tal vez, es menos difícil estar fuera. Me imagino viviendo allí de nuevo, con todo lo (poco) que tiene por ofrecerme y hace que vivir aquí, lejos, sea menos duro. Mañana vuelvo, por unos días, de vacaciones. A disfrutarla con tiempo libre, sabiendo que mi vida ya no está allí. Estoy exultantemente feliz de montarme en un vuelo mañana rumbo al sur, entre otras cosas, porque sé que no vuelvo para quedarme. Todavía no. Pero hay cosas que por mucho que el exilio tenga para ofrecernos, simplemente, son insustituibles. Como el abrazo de mi madre después de tres meses sin vernos. Como el reencuentro con las amigas que hacen que estar vivo merezca la pena. Como esa tapa de ensaladilla con su correspondiente cesta de picos y el botellín fresquito. Como respirar azahar y albero. La bulla, la guasa. El calorcito. La luz. Ojalá algún día todo cambie tanto que mis raíces estén a la altura de mis sueños. De momento, voy a seguir disfrutando de estas vistas del atardecer entre los Alpes mientras me relamo pensando en la explosión de carne de gallina de los abrazos que me voy a pegar dando los próximos siete días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario