jueves, 23 de abril de 2020

Menuda puta mierda un libro.

La primera vez que recuerdo que me regalaran un libro ("La reina calva", edición azul de El barco de vapor) estuve llorando durante una hora entera. Era Nochebuena, no tendría más de seis o siete años e iba vestida de princesa.
Yo no quería leer, quería vestir de rosa y jugar a ser reina de alguna parte. Tenía imaginación suficiente para pasarme las horas inventando disfraces y jugando con pelucas. Quería ser actriz, poeta, presentadora, princesa. Tiempo que tuviera que pasar leyendo era tiempo que tenía que quitarme de explorar mis propia creatividad. Los mayores se reían de mí ante tal pelotera. Cómo podía una niña tan pequeña tener una reacción de aversión tan fuerte ante un libro. "Menuda puta mierda un libro", pensaba yo todo el tiempo con el ceño fruncido y los labios bien apretados. 
También, años más tarde, gané un concurso de dibujo con un Xmas en el colegio y el primer premio fue la colección completa de "Las aventuras de los Cinco", que yo quería tirar en el contenedor más cercano. En este caso, no tanto porque el regalo fuera un libro en sí (que un poco también), sino porque ODIO los libros de aventuras.
Afortunadamente, los adultos presentes en mi vida son ávidos lectores. Fundamentalmente, mi madre, a la que creo que la lectura le ha salvado, literalmente, la vida. Siempre recuerdo a mi madre sentada en su butaca en casa, leyendo con la luz del mediodía, o en la terraza del piso que alquilábamos en la playa. Mi madre siempre está leyendo.
A lo largo de mi infancia y adolescencia, nunca faltaron los regalos en forma de libros. La colección completa (azul, naranja, roja) de El barco de vapor que, muy a mi pesar, terminé leyéndome entera. Aun así, creo que no fue hasta mi adolescencia tardía que no hubo un libro que verdaderamente me hiciera click en el cerebro y ese fue Jane Eyre de Charlotte Bronte, que me regaló mi tía Charo en algún cumpleaños a petición mía.
A partir de este momento, el viaje ha sido intenso. Es cierto que, por mi profesión, he pasado largos períodos sin abrir un libro en los que ansiaba la llegada de las vacaciones de verano para estar leyendo todo el rato, igual que de pequeña ansiaba estrenar unos zapatos nuevos.
Me gusta leer poesía y novelas. También leo, de vez en cuando, algún ensayo sobre feminismo o sociología. Tengo un libro electrónico que apenas uso desde que volví a Sevilla y procuro comprar libros en pequeñas librerías.
Hace un par de años que decidí que todos mis regalos incluirían un libro.
Al principio de esta cuarentena, me propuse leer, al menos, media hora al día y ya he empezado mi cuarto libro: Frankenstein, de Mery Shelley.
Gracias a mis mayores por no cesar nunca en el empeño de aficionarme a la lectura porque es el mejor regalo que me han hecho nunca. 

¡Feliz Día del libro a todos!

jueves, 9 de abril de 2020

Y desesperar también.

¿Un botón de fast forward quizás? ¿Una catapulta gigante hacia el futuro? ¿Un pequeño botoncito para reiniciar el sistema? La desesperación es lenta y silenciosa. Demasiada energía atrapada entre cuatro paredes. Hasta los balcones, jardines, patios, terrazas y azoteas parecen tener los muros cada vez más altos. Fronteras invisibles que no podemos atravesar.
Quiero tirar el móvil lejos, pegarle una patada al módem y derribar las distancias. Luego, saldría corriendo para recuperar ese trozo de pantalla y teclado y arrancar unos cuantos "jajaja" más que hace tres grupos de WhatsApp que dejaron de sonar a risas de verdad. Ni los emojis de besos saben a besos ni las palabras escritas reconfortan ni los abrazos virtuales calman. Mándame otro audio que me haga llorar. Otra videollamada con fallos de seguridad.
Llevamos un mes diciéndonos los unos a los otro "paciencia y ánimo" y ya no sabemos ni qué inventar para hacer de cada día un día diferente. Es jodidamente duro estar encerrados, estar separados, estar físicamente aislados. Y hay que seguir y encontrar asilo en cualquier actividad absurda que se nos ocurra, que ahora parece ser que es hacer pan o un puto bizcocho de calabaza y harina integral. Si me mandan otro vídeo más de actividades físicas que puedes hacer en casa, te juro que voy a explotar.
Mira, no sé cómo consolarte hoy. De mí salen palabras de ánimo que no me creo ni yo. Para mí es bueno el día que no he llegado a la cama con tres valerianas y un ataque de ansiedad. Echo de menos tantas cosas que podría tirarme de los pelos hasta sacar mechones enteros en mis manos. ¿Qué necesitas? ¿Buscas consuelo? Quiero salir corriendo y engancharme a tu cuello y tirarte al suelo y abrazarme a ti tan fuerte que no puedas respirar.
Pero dicen que me tengo que quedar aquí. Me voy a liar otro cigarro, voy a abrir otra lata de cerveza y voy a intentar pasar la tarde sin que el corazón se me salga del pecho de tanto latir. Late a primavera, joder. Late a mil por hora, a salir de aquí y ver a mi madre un rato y salir de compras. Late a bailar, a beber, a ir de bar en bar. Late fuerte para que sepa que, a pesar de estar en pause, sigo viva. Late alto para que respire profundo y deje de pensar.
Quiero llegar a la noche intacta, acostarme tarde, cansada y vencida. Abrazarme a la almohada y soñar que esta vida no existe. Que despierta es la pesadilla y, durmiendo, la realidad. Quiero que mañana sea verano y bajar a desayunar a un bar. Quiero ponerme sandalias y un vestido y no estar sola nunca más.