martes, 24 de enero de 2017

Palabras.

Palabras. No son más que eso. Cruzan por tu mente y viajan hasta tu boca, hasta tus dedos. Palabras. Que se sueltan al aire. Ligeras. Palabras. Que se escriben. Palabras. Poco importan. Son solo palabras. Nada viaja de intención con ellas. Palabras. Que vuelan por el aire hasta tus oídos. Hasta tus ojos. Palabras viajeras, sin filtro. Que se cuelan en tu mente. Palabras que se quedan y palabras que, simplemente, te atraviesan. Como si nada. Palabras transitorias que no dicen nada. Palabras que se cazan al vuelo y que se guardan como un secreto. Palabras que se repiten, como un eco. Palabras que se quedan, sin que nadie las lanzara con ese efecto. Palabras. Mágicas. Volátiles. Palabras tontas. Palabras que hieren sin que nadie las mandara sobre un cuchillo. Palabras que se decodifican con un sentido distinto del que las codificara. Palabras que te acompañan. Palabras que te despiertan. Palabras que hubieras preferido no conocer nunca. Palabras que nunca escuchas, por mucho que las invoques. En tus sueños. En tus cartas, esas que nunca mandas. Palabras sin sentido. Palabras eternas. Palabras. Compañeras. Enemigas. Palabras que se cantan. A la noche. A la madrugada. A la brisa de las tardes de verano. A las mañanas frías del invierno. Palabras de rabia, que se gritan y nadie escucha. Palabras muertas. En el fondo de un corazón que late roto. Palabras. Que se escapan. Que se bailan. Palabras que rebotan en el alma elástica del que las ignora. Palabras. Son solo palabras. Maravillosas. Incomprensibles. Ignorantes. Inocentes. Ladronas. Palabras que se van y nunca vuelven. Palabras. No me dejaste más que palabras. Que corren y se esconden. Sueltas. Que se me enredan en los sueños que ya no tengo. Palabras. Absurdas. Que no comprendo. Palabras. Estúpidas palabras. Tristes palabras. Tontas. Efímeras. Cobardes. Ambiguas. Palabras que olvido. Palabras en bucle. Acorraladas. Gastadas. Palabras que se te escurren y acaban en el fondo del río. Palabras cálidas. Cansadas. Que se atropellan entre ellas. Que nadie quiere. Que se pierden entre líneas. Palabras que nunca te dije. Palabras que guardo en un cuaderno en el que ya nunca escribo. Palabras. Tan altas como tú. Tan sentidas como yo. Palabras que te presté y que nunca me has devuelto. Palabras. Que no tienen dueño. Palabras libres. Tercas. Andaluzas. Francesas. Palabras inventadas. Palabras honestas. Palabras bonitas. Afiladas, como el borde del folio donde las vomito. Palabras. Te llevaste algo más que mis palabras.

sábado, 14 de enero de 2017

Roto. Defectuoso. Que no funciona.

Mi eyeliner líquido favorito está roto. Va acumulando producto que se seca en la rosca y se rompe. No cierra. Se seca. Estoy segura de que me dura mucho menos de lo que debería.  Quiero decir, que no se me acaba. Se seca. Siempre le pasa lo mismo. Y siempre se me olvida de una vez para otra. Llevo usando el mismo eyeliner desde hace seis años. Tuve un pequeño escarceo con otro eyeliner de la misma marca y gama diferente. Pero no fue lo mismo. Mi eyeliner líquido lo compré por primera vez en el Sephora de Champs Élysées, en París. El primer verano que viví allí. Y desde entonces me mantengo fiel. Donde vivo ahora no venden la marca de mi eyeliner favorito y, hoy, como siempre, se me ha terminado por secar el eyeliner. Y se ha roto. Valientemente, me he dirigido a la sección de perfumería de los grandes almacenes más cercanos y, valientemente, he ido probando todos los eyeliners de otras marcas dispuesta, de una vez por todas, a encontrar una marca mejor. Un eyeliner líquido que me guste tanto como el mío, pero que no se rompa. Lo he encontrado. Existe. Es exactamente el mismo, pero de otra marca. Me lo he comprado con dolor y tristeza al mismo tiempo que la ilusión propia de comprarse algo nuevo. Cuando he llegado a casa y lo he abierto para probarlo me ha surgido la duda de si el problema no es la marca sino el modelo. Que ese tipo de formato es defectuoso per se. Esta mierda de anécdota me ha hecho pensar en este apego absurdo por las cosas rotas. Por las cosas que no funcionan pero que sigo usando de forma rutinaria por miedo a no encontrar algo mejor. Porque cuando funcionan, no hay nada mejor. Y yo creo que eso nos pasa a muchas personas con muchas cosas en la vida. Con muchas personas. Personas rotas, defectuosas, que son las mejores cuando funcionan, aunque nunca terminen de funcionar del todo. Relaciones rotas, defectuosas, que no funcionan. Pero ahí seguimos, recurrentemente. Sin cambiar de marca. Cambiando de marca, pero usando el mismo modelo. El mismo patrón defectuoso, uno detrás del otro. Exactamente la misma persona en cuerpos distintos. Hay quien escribía que se pasaba la vida besando la misma boca en cada boca nueva que besaba. Algo tan innato, tan visceral, tan biológico como la atracción, se puede cambiar? Es modificable? Puede uno realmente romper y rehacer moldes? Se puede? Podemos?

viernes, 6 de enero de 2017

Prêt-à-porter. Otoño/Invierno.

Tiene nombre propio, como la huella que ha dejado en mi memoria reciente. Pero ya no lo nombro en voz alta, por si lo invoco y aparece, como un fantasma. Le llamaré "N", que suena a todo y a nada al mismo tiempo y, además, le viene al pelo. N me abrió tímidamente la puerta del lugar donde yo quería entrar corriendo, apabullada, torpe, tímida, determinada pero insegura. Y, de la misma manera, la cerró. Una historia bonita, extraña, complicada y confusa. Casi inventada. Un día sentí que me había despertado de un sueño, por fin, y, cinco días más tarde, N se borró de mi vida para siempre. Yo lo eché, él desapareció. Siempre supe que acabaría pronto, pero el corazón pocas veces se queda tranquilo. Y llora. Le echo de menos a ratos, cortos y largos. Y echo de menos, sobretodo, mis sonrisas y las esperanzas que se escondían detrás de cada una de ellas. Eso, probablemente, duela más que no saber hasta qué punto era verdad todo lo que me decía y, más frecuentemente, lo que no. Un enigma, hermético, un sí pero no. Un "hasta aquí", siempre trazando líneas. Un juego, tal vez. Una curiosidad apenas satisfecha, sin ánimo de lucro. Una puerta cautelosamente entreabierta, con la cadena echada. Y una sonrisa que asomaba. Y una mirada que me aceleraba el corazón y me hacía caminar hacia la breve rendija llena de luz, sin que nadie me cogiera de la mano. Otra historia en la memoria, otra cicatriz en la ilusión. Otra barrita de esperanza que se consume, sin reemplazamiento en el horizonte. Hay historias que se acaban y dejan paso a largas noches de invierno, donde el frío es algo más que algo que solo pasa fuera. Más bien una sensación de vacío que, de tanto frío, quema.