lunes, 25 de septiembre de 2017

Adoleschenta.

Se le escapó la sonrisa. Digo que se le escapó porque creo que no quería, pero sonrió. Ampliamente. Todos los milímetros de su cara sonrieron al mismo tiempo. No es tontería eso de que se te "ilumina la cara" cuando sonríes. Es cierto. No siempre, pero una de cada diez sonrisas es de ésas: una sonrisa bombilla. Iba sentada en frente mía en el metro y podría rondar fácilmente los 80, aunque en este país siempre me pierdo porque todas las mujeres parecen mucho mayores de lo que son (pero de eso hablaré otro día). Fue casi todo el trayecto distraída mirando por la ventana. Con una sonrisa leve, como una sonrisa base, por defecto, que no decía nada. Yo la observaba porque iba sentada en frente mía y porque siempre me entretiene más observar a la gente que el paisaje, que aunque nunca es el mismo, me aburre más. Todo pasó muy rápido, pero afortunadamente, mi retina captó el momento. No sé si primero la vi a ella o primero lo vi a él o si todo pasó al mismo tiempo. El caso es que ese señor se sentó a su lado. Serían más o menos de la misma edad, del mismo rango, del mismo siglo. Se sentó a su lado, le sonrió levemente y boom! Sonrisa bombilla en una milésima de segundo. Le desaparecieron las arrugas y las canas en un momento. Rejuveneció hasta sus 15 años justo ahí, en frente mía. En un momento. Y yo sonreí con ella. Se me escapó la sonrisa detrás de la suya. Ése es el efecto que tiene sonreír con cada milímetro de tu cara, que se contagia. Fue todo tan sutil y tan leve y tan íntimo que, afortunadamente, no se cruzaron las miradas ni se compartieron las sonrisas. Ella vivió su momento de rubor adolescente en un segundo y yo tuve la suerte de verlo desde fuera, como en una película. Disfrutando del voyerismo sin participar, que es lo que a mí me gusta: observar sin perturbar. Quizás por eso soy científica, porque me gusta mirar y, de tanto mirar, a veces me hago preguntas y dejo mi imaginación volar. Quizás por eso me gusta viajar en metro. O sentarme sola en los bancos. O en los bares. Si esta historia hubiese sucedido en el 6 camino de la Macarena, habría bautizado a la señora como Francisca. Pero estas caras aún no me inspiran nombres. Será que todavía no he pasado el suficiente tiempo mirando. Será que, tal vez aquí, la inspiración se me quede a medias.