viernes, 1 de diciembre de 2017

Denominación de origen: extranjero.

La patria es estar lejos de la patria:
una nostalgia de la infancia en noches
en que te sientes viejo, una nostalgia
que sube a tu garganta como el agrio
sabor del vino en las resacas duras.

La patria es un estado: pero de ánimo.
Un viejo invernadero de pasiones.
La patria es la familia: ese lugar
en el que se dan paella los domingos.

Una patria es la lengua en la que sueñas.
Y el patio del colegio donde un día
bajo una lámina de cielo oscuro
decidiste escapar por vez primera.

Mi patria está en el cuerpo de Patricia:
mi himno es su gemido, mi bandera
su desnudez de doce de la noche
a ocho de la mañana. Tras la ducha
mi patria va al trabajo, yo me exilio.

(J. Bonilla)

domingo, 5 de noviembre de 2017

Tres mil millones de mis latidos.

Por fin se han levantado del suelo las nubes. Dejan a la vista las cumbres nevadas de los Alpes franceses de la orilla de en frente. La calle está llena de charcos. El reflejo de los árboles. Árboles vestidos de una amplia gama de naranjas y rojos. Árboles que se van desnudando poco a poco para recibir el invierno. Mi patio. Mi calle. La casa blanca con ventanas azules. Mis charcos. Mis ventanas. Mis suelos de madera. Mi cocina ocupada, sin espacio, efervescente. Pequeña y entretenida. Hoy he vuelto a cocinar después de mucho tiempo. Y a poner lavadoras. Y a recoger secadoras. Y a leer. Y a escribir. A mirar de cerca y a volver a respirar. Tengo sensación de estar aterrizando, después de mucho tiempo. De estar volviendo a vestirme con mi propio cuerpo. Tengo la impresión de que alguien me abraza con muchas fuerzas, por muchos sitios distintos. Y, cuando abro los ojos y miro, quien me abraza soy yo. Sigo mirando alrededor y nada de lo que veo pensé que estaría aquí. Nada de esto es la vida que pensé una vez que tendría. Pero es ésta y no otra. Tal vez en algún momento tomé el camino que no era. Tal vez un día salí corriendo cuando debería haberme quedado. Tal vez, tal vez. Miro a mi alrededor y, después de mucho tiempo, sonrío desde muy adentro. Todo esto lo he construido yo. Mi libertad, mi independencia, mi soledad, mi silencio. Mi paso firme y mi sonrisa. Mis lágrimas y mi voz que canta Jorge Drexler a pleno pulmón. Mi amor. Mi calma (por fin). Mi serenidad. Mis esperanzas, mis ilusiones, mis derrotas. Mis recuerdos. Mis sombras. Mis ganas de seguir. Mi fuerza, mis debilidades y mis locuras. La luz tenue de otoño se cuela por todos los rincones y sube el volumen. Éste es mi domingo, en mi hogar, lejos de casa. Mi domingo entero. Como un abrazo. Como un tesoro. Un domingo puede ser nada o puede serlo todo. Y, este domingo, es simplemente (grandemente, complejamente, maravillosamente) mío.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Adoleschenta.

Se le escapó la sonrisa. Digo que se le escapó porque creo que no quería, pero sonrió. Ampliamente. Todos los milímetros de su cara sonrieron al mismo tiempo. No es tontería eso de que se te "ilumina la cara" cuando sonríes. Es cierto. No siempre, pero una de cada diez sonrisas es de ésas: una sonrisa bombilla. Iba sentada en frente mía en el metro y podría rondar fácilmente los 80, aunque en este país siempre me pierdo porque todas las mujeres parecen mucho mayores de lo que son (pero de eso hablaré otro día). Fue casi todo el trayecto distraída mirando por la ventana. Con una sonrisa leve, como una sonrisa base, por defecto, que no decía nada. Yo la observaba porque iba sentada en frente mía y porque siempre me entretiene más observar a la gente que el paisaje, que aunque nunca es el mismo, me aburre más. Todo pasó muy rápido, pero afortunadamente, mi retina captó el momento. No sé si primero la vi a ella o primero lo vi a él o si todo pasó al mismo tiempo. El caso es que ese señor se sentó a su lado. Serían más o menos de la misma edad, del mismo rango, del mismo siglo. Se sentó a su lado, le sonrió levemente y boom! Sonrisa bombilla en una milésima de segundo. Le desaparecieron las arrugas y las canas en un momento. Rejuveneció hasta sus 15 años justo ahí, en frente mía. En un momento. Y yo sonreí con ella. Se me escapó la sonrisa detrás de la suya. Ése es el efecto que tiene sonreír con cada milímetro de tu cara, que se contagia. Fue todo tan sutil y tan leve y tan íntimo que, afortunadamente, no se cruzaron las miradas ni se compartieron las sonrisas. Ella vivió su momento de rubor adolescente en un segundo y yo tuve la suerte de verlo desde fuera, como en una película. Disfrutando del voyerismo sin participar, que es lo que a mí me gusta: observar sin perturbar. Quizás por eso soy científica, porque me gusta mirar y, de tanto mirar, a veces me hago preguntas y dejo mi imaginación volar. Quizás por eso me gusta viajar en metro. O sentarme sola en los bancos. O en los bares. Si esta historia hubiese sucedido en el 6 camino de la Macarena, habría bautizado a la señora como Francisca. Pero estas caras aún no me inspiran nombres. Será que todavía no he pasado el suficiente tiempo mirando. Será que, tal vez aquí, la inspiración se me quede a medias.

domingo, 13 de agosto de 2017

Oda.

ODA AL DOMINGO Y AL PIJAMA.

A LA COLA ALTA. A LAS GAFAS.

AL SOFÁ Y LA ALMOHADA.

A LAS VENTANAS ABIERTAS.

A LA BRISA QUE ENTRA.

A LOS MALOS HUMOS QUE SE VAN.

ODA AL ESTAR CONTENTA.

AL HACER NADA. AL BRUNCH.

Don de fluir.

Ando con el humor un poco trastocado, como desdibujado. Diría revolucionario, pero no. Eso implica energía, requiere acción: "hacer la revolución". Yo me encuentro en el polo opuesto: dejar de hacer cosas. Quiero pasar a un estado conservativo, en lugar del combativo habitual. Voy a dejar de invertir energías en nada que no me aporte nada a largo plazo. Centrar todo mi esfuerzo en mí, aquí y ahora. Todo mi tiempo. Todas mis ganas. Todo mi todo en mí. No es un estado cerrado, ni siquiera de hibernación. Es un estado preservativo, abierto a cambios, a novedades. Abierto a mi paciencia, a mi alegría, a mi serenidad. Me voy a dar toda mi atención. Con mimos, con cariño, con respeto y con amor. Voy a aceptar mi corazón loco, que siente y que palpita. A su ritmo. A su puto rollo. Mi cabeza inquieta. Mi cuerpo. Voy a aceptar que el tiempo es necesario. Que la impaciencia sólo consigue lo rápido, lo inmediato, lo que no queda ni permanece. Voy a dejar que la vida me sorprenda. Voy a tirar la toalla para quedarme desnuda y lanzarme al mar. Dejarme llevar. Dejarme mecer por las olas. Mantenerme a flote sin nadar. Sólo flotar. Don de fluir.

Jorge Drexler, Don de fluir (https://youtu.be/yC-JZZZxABU).

Cobarde.

PALABRAS

que ahora te dedico
durante hojas y hojas,
aunque te merezcas menos
que tan si quiera una coma
de lo que escribo.

COBARDE.

Ahí te quedas con tus
palabras. Aquí te dejo
entre las mías. Para que
salgas cuanto antes de mi
memoria y te vayas
diluyendo entre las líneas.

COBARDE.

Quédate con tus palabras,
que yo me quedo con
mi vida.

domingo, 18 de junio de 2017

Un hogar lejos de casa.

"Yo no soy embajador de nada" decía. Lo decía con rabia, con tristeza, con melancolía. Con el dolor de quien se siente en cierta manera traicionado. "Nos utilizan para sus políticas de mierda. Yo no soy embajador de nada". Por lo visto, algún político venido arriba, desde su sillón confortable y calentito a escasos 20 minutos de su casa, había hablado recientemente de los jóvenes emprendedores que habían decidido irse a trabajar al extranjero. Hablaba de nosotros como "embajadores de nuestro país y nuestra cultura por todo el mundo". No señor, yo tampoco soy embajadora de nada. Y no quiero que usted tenga la poca vergüenza de hablar de mi. No somos jóvenes emprendedores con un espíritu inquieto, es que somos consecuencia directa de sus políticas precarias en ciencia y tecnología. Científicos, ingenieros, arquitectos. Todos fuera. "A mí lo que me da la vida es el día a día con mis amigos. Un cumpleaños. Un concierto. Quedar en el bar guarro del pueblo donde nos juntamos todos en Nochebuena. Ésa es la vida. Y yo me la estoy perdiendo". Lleva viviendo fuera casi el mismo tiempo que yo. Y no sé si es porque los dos somos sevillanos y crecimos de botellón en el circulito de la Alameda. Entre el Fun Club y la Malandar. Si hay algo en el sur que nos atrapa, que siempre queremos volver. Echamos de menos hasta el calor de 40 grados, por muy insoportable que nos resulte cuando volvemos a casa en verano. Se juntan tres expatriados y surge la magia. Alguien que me entiende! Todos estos trabajos tan fantásticos que dejaron de compensarnos al poco tiempo. "Yo me quiero volver". Y nos pedimos otra pinta de cerveza que le da mil vueltas a la Cruzcampo, pero ay! que si la cambio. La distancia que todo lo idealiza. La sensación constante de estar perdiéndote algo, aunque no sea del todo cierto. Aunque tú estés viviendo otras miles de cosas que no estás compartiendo. En casa todo sigue igual. La vida pasa en slow motion y encuentras cierto placer en la melancolía romántica de vivir mirando siempre hacia el sur. Ha pasado ya suficiente tiempo como para estar cansado de seguir aquí, sin establecer vínculos reales, porque estás de paso. Porque no quieres quedarte. Pero, al mismo tiempo, ha pasado tiempo suficiente como para que lo que ya has invertido, laboral y emocionalmente, te reporte algún tipo de recompensa real y tangible. Seguimos bebiendo al fresco de la noche suiza. Nos vamos a casa. Quedamos para el próximo miércoles, que hay conciertos. Seguimos adelante. Viviendo fuera. Viviendo lejos. Viviendo, sí. Con cierta sensación de que no del todo. Skyscanner. Próximo vuelo directo con destino a casa. Ponme tres.

jueves, 8 de junio de 2017

Como a una ventana llena de sol.

"Hay almas a las que uno tiene ganas de asomarse, como a una ventana llena de sol."
(F. García Lorca).

Cerré de nuevo la puerta de los anhelos locos hacia el hombre equivocado, pero la dejé entreabierta a ese sentimiento dulce de cariño de quien te da lo que necesitas en un momento dado, aunque no lo mantenga en el tiempo y, más allá, en la distancia. Más allá del odio y la locura transitoria, siempre queda una huella que permanece más o menos superficialmente. Que, si bien se desdibuja en el tiempo, no llega a borrarse del todo. Si se quedaron las ventanas abiertas. Si te asomaste el tiempo suficiente como para que aún queden rastros de brisa y sonrisas en el rostro.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Alta la fe y la maleta en punto.

He puesto la cámara a cargar, señal inequívoca de que algo se ha puesto en marcha. Polvo de un par de meses. Tal vez. Desde la última vez que la cogí corriendo alguna noche para acercarme a la luz de la luna. Posiblemente. Me voy de viaje! No me monto en un avión para ir a casa a pasar el fin de semana. Me voy de viaje! A pasear nuevas calles y enamorarme de nuevos atardeceres. A grabar recuerdos nuevos. Sentarme en un parque a leer. Esconderme detrás del objetivo de mi cámara en cada esquina. Preguntarle a algún extraño. Probar la cerveza típica del lugar, un trozo de tarta, un bocadillo reluciente sentada en cualquier banco. Observar a la gente que pasa y no pensar en nada. Pensar en todo. Soñar con otras vidas, las de quienes pasean frente a mí, la mía si viviera aquí o allí. Elegir el souvenir perfecto, guardarlo como un tesoro. Pasear hasta dejar de sentirme los pies. Quiero que se me olvide hasta mi nombre. Viajar ensancha el alma, abre la mente y engrandece el corazón. Gastarme todo el sueldo en trenes, aviones y cerveza. Pocos placeres existen como viajar. Salvo aterrizar en el sur. Aterrizar en el sur con las lágrimas impacientes y la sonrisa ancha. Alta la fe y el corazón en punto. Click. Imagen fija. Memoria impresa. Click. THIS FLIGHT IS BOARDING NOW. PLEASE, GO TO GATE. Alta la fe y el corazón dispuesto. Let's go!!!!

domingo, 7 de mayo de 2017

Retrato de mujer con pelo cano.

Hoy me he levantado pensando en mi abuela Consuelo. De repente se me han venido unas ganas tremendas de tomarme un café con ella. Como unas ganas irrefrenables de irme a merendar con ella a su casa. Luego me he enterado que es el día de la madre y he hilado que quizás el subconsciente es más listo que yo. Madre de madres, abuela de madres. Mi abuela. Tuve la suerte de pasar con ella mucho tiempo. Muchas tardes viendo películas de Marisol, de "Dónde vas Alfonso XII". Ella sentada en su sillón marrón lleno de paños de ganchillo cogidos con ganchos imposibles que no he vuelto a ver nunca más que enredados en aquellos paños de ganchillo de aquellos (horribles) sillones marrones. Es curiosa la memoria, nunca sabemos qué cosas curiosas se van a quedar grabadas para siempre. Yo a mi abuela la recuerdo como una anciana de toda la vida, incluso cuando tenía la edad de no ser una anciana a día de hoy. Y, ahora, que ya no está, que hace años que se fue, la recuerdo con nostalgia. La recuerdo con ganas de haberla conocido ahora que soy "mayor" y la de preguntas que me habría gustado hacerle. De su vida, de lo que sentía como mujer, de sus necesidades, de sus sueños, si los tuvo. No sé si es reminiscencia de un país que vivió la guerra y el silencio, pero en mi familia se habla poco de esas cosas. Las mujeres hacen mucho, no paran. Se levantan y arreglan la casa, preparan la comida, recogen la mesa. Pero hablan poco de ellas mismas. Tal vez ese era un lujo que no podían permitirse. Tal vez nadie les preguntó nunca qué querían, qué sentían, qué necesitaban. Si vivieron la vida que querían vivir, si se enamoraron locamente, si tuvieron que elegir, si pudieron elegir. Si le habría gustado estudiar y tener un trabajo fuera de casa. Sé que educó una casta de mujeres fuertes, mis tías y mi madre. Y que de ahí, salimos el resto. Sé que es un ejemplo para todos. Sé que nunca la escuché quejarse de nada. Matriarca de una familia inmensa, adorada por todos. Sé que sacaba de quicio a sus hijas, como toda buena madre. Y sé que todos la adorá(ba)mos locamente y que daba cariño de una forma particular, pero apreciable. Mi abuela era un personaje maravilloso. Y yo la guardo en un rincón especial en mi memoria. El otro día, se preguntaba un amigo de veintitantos aún que qué era eso de los 30, qué diferencia había con los 20, si el salto es tan grande como rotundo sonaba en su cabeza. Yo le respondí que no lo sabía, que a mis 34 todavía me sentía como si aun tuviera 28 años. Pero sí que existe un cambio, sutil y brutal, que de vez en cuando soy capaz de observar. Quizás ahora hay muchas más cosas que me importan mucho menos, quizás ahora ando menos perdida, o perdida en caminos distintos, quizás ahora soy más consciente de que las decisiones que no tomas afectan a tu vida casi más que las que sí. Quizás ahora siento con más fuerza que lo único que realmente cuenta es ser feliz (qué tópico, qué es eso) y que puedo cagarme la vida en cada decisión, a la vez que sé que la mayoría de esas decisiones se pueden deshacer y se puede volver a empezar en casi cualquier momento. Quizás por eso, ahora, tengo más preguntas que nunca y pocas respuestas. Quizás por eso, ahora, tengo más ganas que nunca de sentarme con mi abuela a merendar. Y disfruto de su recuerdo, así, sencillamente, este domingo lluvioso al norte del norte, mientras desayuno y veo llover y tengo el lujo de disponer del tiempo necesario para pensar y escribir sobre todas estas cosas. De esta vida tranquila que he elegido. Y no.

miércoles, 29 de marzo de 2017

De mierda.

Conoces esa sensación de ir caminando entre las nubes? No hablo de estar enamorada, aunque así siempre es más fácil. Hablo de ese torbellino de energía que te arranca de la cama de un salto con una sonrisa en la cara. De esas ganas irrefrenables de hacer cosas. Hablo de motivación. De poner ganas. A lo mejor no es un estado permanente, pero a veces, aparece y te levanta por los aires casi como un mini tornado de primavera. Hablo de ilusión. De emocionarse como una niña pequeña. A mi me pasa. Veo una rendijita de luz y me lanzo en plancha sobrevolando sueños. Soy una persona motivada. Yo vivo de la ilusión. Del milisegundo de oportunidad, donde todo es posible y revientas en confeti por los aires. Esa sensación, de la que ya he hablado en posts anteriores, donde te dejas ir un poquito y coges fuerzas para intentar cosas nuevas, abrirte a nuevas experiencias. Ponerle ganas. Vivir a tope. Y no, no soy una persona especialmente optimista, me considero más bien una pesimista venida arriba con los palos que me ha ido dando la vida. A mi mantener mi motivación me cuesta un esfuerzo. Pero lo hago porque la ilusión es mi droga. Llamadme unicornio de colores del arcoiris si queréis, pero yo sé bien lo que es la oscuridad y no quiero vivir ahí. Dicho lo cual, podréis comenzar a entender (y, probablemente, a compartir) lo duro que es convivir con personajes que tienen una habilidad especial para sacarte de tu estado multicolor de una simple hostia. A mano abierta. O, peor, a boca abierta. Está la gente bajón, que te dice que todavía queda invierno o que ese experimento no te va a salir. La amiga bajón, que se pide un menta poleo cuando tú quieres salir de cubatas, o que se va a casa temprano porque está "muerta de sueño". Está mi madre, cuando me dice que no sea tan escandalosa cuando me río. Los compañeros de trabajo que no dan los buenos días, que no sonríen nunca por las mañanas. Quien te ve y lo primero que te dice es "qué mala cara tienes hoy" o los (malos) amigos que exigen siempre más de lo que dan. Podemos ir escalando puestos en el ranking hacia el capullo que no te contesta los mensajes o quien nunca tiene tiempo de contestarte un correo. El que te escribe un "te quiero" y luego lo borra o la típica amiga que lo primero que te dice cuando te ve venida arriba es "ten cuidado, no te emociones". Y desde ahí, que considero niveles bajos-medios de mierdismo, podemos ir escalando hacia el infinito. Porque la gente cabrona existe. Verdaderos hijos de puta, psicópatas, desprovistos de toda empatía, que no tienen nada mejor que hacer en la vida que sacarte a hostias del paraíso particular que tú has tenido a bien irte construyendo. A esa gente, auténtica gente de mierda, quiero dedicarle este grandísimo corte de mangas en forma de breve texto de un blog que sirve más de exorcismo de quien lo escribe que de cualquier otra cosa. 
Pa ti, cabrón, que no tienes ni puta idea de nada.

https://www.youtube.com/watch?v=pKA0sdPByN0

martes, 7 de febrero de 2017

Hoy.

Hoy me he enterado de que una compañera de la facultad ha fallecido. No la conocía mucho, pero llevo todo el día pensando en ella. Tenemos gente en común a las que tengo especial cariño y eran mucho más cercanas a ella que yo. No he dejado de pensar en su sonrisa desde que me he enterado de la noticia. Porque la recuerdo así, sonriendo todo el tiempo. Llevo algunos días tonta, deprimida, con ganas de llorar todo el tiempo. Triste por todo lo que no marcha como debiera en mis recién cumplidos 34 años. Por la vida que a lo mejor ya no voy a vivir. Ayer, incluso, me fui a la cama a las 9:30 de la noche: "Que se acabe este día ya". Y hoy, justo hoy, me he despertado con esta noticia tan demoledoramente triste. Y yo, que apenas la conocía, pero recuerdo su sonrisa, no he dejado de pensar en ella en todo el día. En ella, en mi padre y en todos los que se han ido antes de tiempo. En ella y en todos los que tienen que seguir adelante sin su sonrisa. Llevo todo el día sintiéndome mal. Me siento triste y, además, desagradecida. Por despreciar a veces tan descaradamente esta vida tan preciosa que tengo. Nos pasa a todos, y son rachas, pero qué fácil y qué rápido se pierde la perspectiva algunas veces. No estaría de más que nos dejásemos llevar por las olas de positivismo, que no de buenrollismo absurdo desmesurado, más a menudo. Que nos sintamos afortunados con frecuencia. Que demos las gracias. Sonreír no solo es gratis, es necesario. Sonreír honestamente, abiertamente. Sonreír como quien da un abrazo. Estar vivo es un regalo. Apreciarlo y seguir adelante es la mejor de las maneras que tenemos a nuestro alcance para honrar la memoria de todos aquellos que se han ido demasiado pronto, sin vivir todas las vidas que soñaron que tendrían. Nosotros, hoy que seguimos aquí, aún estamos a tiempo.

Por que tu sonrisa siga brillando siempre, bailando entre las estrellas...

miércoles, 1 de febrero de 2017

Ultrafine DNA bridges: The poetry behind .

En cada división celular, es necesario replicar el ADN para repartirlo de forma equitativa entre las células hijas. Cuando la maquinaria de replicación llega a zonas de naturaleza complicada del ADN, no siempre es capaz de desempeñar su función y estas zonas se quedan sin replicar. En algunos casos, durante la tensión de la separación de los cromosomas, estas zonas complicadas que han quedado sin replicar forman puentes ultrafinos de ADN que mantienen unidos los dos cromosomas durante todo el proceso de división celular. Se extienden sin ceder a la tensión, sin romperse, hasta que pueden resolverse y repararse en la siguiente interfase (cuando no hay necesidad de dividirse). Lazos entre secuencias complicadas que permanecen durante la tormenta hasta que encuentran la calma necesaria para romperse bien.
Hay tanta poesía en la biología molecular como en la vida macroscópica misma...sólo hace falta pararse de vez en cuando y mirar bien.

martes, 24 de enero de 2017

Palabras.

Palabras. No son más que eso. Cruzan por tu mente y viajan hasta tu boca, hasta tus dedos. Palabras. Que se sueltan al aire. Ligeras. Palabras. Que se escriben. Palabras. Poco importan. Son solo palabras. Nada viaja de intención con ellas. Palabras. Que vuelan por el aire hasta tus oídos. Hasta tus ojos. Palabras viajeras, sin filtro. Que se cuelan en tu mente. Palabras que se quedan y palabras que, simplemente, te atraviesan. Como si nada. Palabras transitorias que no dicen nada. Palabras que se cazan al vuelo y que se guardan como un secreto. Palabras que se repiten, como un eco. Palabras que se quedan, sin que nadie las lanzara con ese efecto. Palabras. Mágicas. Volátiles. Palabras tontas. Palabras que hieren sin que nadie las mandara sobre un cuchillo. Palabras que se decodifican con un sentido distinto del que las codificara. Palabras que te acompañan. Palabras que te despiertan. Palabras que hubieras preferido no conocer nunca. Palabras que nunca escuchas, por mucho que las invoques. En tus sueños. En tus cartas, esas que nunca mandas. Palabras sin sentido. Palabras eternas. Palabras. Compañeras. Enemigas. Palabras que se cantan. A la noche. A la madrugada. A la brisa de las tardes de verano. A las mañanas frías del invierno. Palabras de rabia, que se gritan y nadie escucha. Palabras muertas. En el fondo de un corazón que late roto. Palabras. Que se escapan. Que se bailan. Palabras que rebotan en el alma elástica del que las ignora. Palabras. Son solo palabras. Maravillosas. Incomprensibles. Ignorantes. Inocentes. Ladronas. Palabras que se van y nunca vuelven. Palabras. No me dejaste más que palabras. Que corren y se esconden. Sueltas. Que se me enredan en los sueños que ya no tengo. Palabras. Absurdas. Que no comprendo. Palabras. Estúpidas palabras. Tristes palabras. Tontas. Efímeras. Cobardes. Ambiguas. Palabras que olvido. Palabras en bucle. Acorraladas. Gastadas. Palabras que se te escurren y acaban en el fondo del río. Palabras cálidas. Cansadas. Que se atropellan entre ellas. Que nadie quiere. Que se pierden entre líneas. Palabras que nunca te dije. Palabras que guardo en un cuaderno en el que ya nunca escribo. Palabras. Tan altas como tú. Tan sentidas como yo. Palabras que te presté y que nunca me has devuelto. Palabras. Que no tienen dueño. Palabras libres. Tercas. Andaluzas. Francesas. Palabras inventadas. Palabras honestas. Palabras bonitas. Afiladas, como el borde del folio donde las vomito. Palabras. Te llevaste algo más que mis palabras.

sábado, 14 de enero de 2017

Roto. Defectuoso. Que no funciona.

Mi eyeliner líquido favorito está roto. Va acumulando producto que se seca en la rosca y se rompe. No cierra. Se seca. Estoy segura de que me dura mucho menos de lo que debería.  Quiero decir, que no se me acaba. Se seca. Siempre le pasa lo mismo. Y siempre se me olvida de una vez para otra. Llevo usando el mismo eyeliner desde hace seis años. Tuve un pequeño escarceo con otro eyeliner de la misma marca y gama diferente. Pero no fue lo mismo. Mi eyeliner líquido lo compré por primera vez en el Sephora de Champs Élysées, en París. El primer verano que viví allí. Y desde entonces me mantengo fiel. Donde vivo ahora no venden la marca de mi eyeliner favorito y, hoy, como siempre, se me ha terminado por secar el eyeliner. Y se ha roto. Valientemente, me he dirigido a la sección de perfumería de los grandes almacenes más cercanos y, valientemente, he ido probando todos los eyeliners de otras marcas dispuesta, de una vez por todas, a encontrar una marca mejor. Un eyeliner líquido que me guste tanto como el mío, pero que no se rompa. Lo he encontrado. Existe. Es exactamente el mismo, pero de otra marca. Me lo he comprado con dolor y tristeza al mismo tiempo que la ilusión propia de comprarse algo nuevo. Cuando he llegado a casa y lo he abierto para probarlo me ha surgido la duda de si el problema no es la marca sino el modelo. Que ese tipo de formato es defectuoso per se. Esta mierda de anécdota me ha hecho pensar en este apego absurdo por las cosas rotas. Por las cosas que no funcionan pero que sigo usando de forma rutinaria por miedo a no encontrar algo mejor. Porque cuando funcionan, no hay nada mejor. Y yo creo que eso nos pasa a muchas personas con muchas cosas en la vida. Con muchas personas. Personas rotas, defectuosas, que son las mejores cuando funcionan, aunque nunca terminen de funcionar del todo. Relaciones rotas, defectuosas, que no funcionan. Pero ahí seguimos, recurrentemente. Sin cambiar de marca. Cambiando de marca, pero usando el mismo modelo. El mismo patrón defectuoso, uno detrás del otro. Exactamente la misma persona en cuerpos distintos. Hay quien escribía que se pasaba la vida besando la misma boca en cada boca nueva que besaba. Algo tan innato, tan visceral, tan biológico como la atracción, se puede cambiar? Es modificable? Puede uno realmente romper y rehacer moldes? Se puede? Podemos?

viernes, 6 de enero de 2017

Prêt-à-porter. Otoño/Invierno.

Tiene nombre propio, como la huella que ha dejado en mi memoria reciente. Pero ya no lo nombro en voz alta, por si lo invoco y aparece, como un fantasma. Le llamaré "N", que suena a todo y a nada al mismo tiempo y, además, le viene al pelo. N me abrió tímidamente la puerta del lugar donde yo quería entrar corriendo, apabullada, torpe, tímida, determinada pero insegura. Y, de la misma manera, la cerró. Una historia bonita, extraña, complicada y confusa. Casi inventada. Un día sentí que me había despertado de un sueño, por fin, y, cinco días más tarde, N se borró de mi vida para siempre. Yo lo eché, él desapareció. Siempre supe que acabaría pronto, pero el corazón pocas veces se queda tranquilo. Y llora. Le echo de menos a ratos, cortos y largos. Y echo de menos, sobretodo, mis sonrisas y las esperanzas que se escondían detrás de cada una de ellas. Eso, probablemente, duela más que no saber hasta qué punto era verdad todo lo que me decía y, más frecuentemente, lo que no. Un enigma, hermético, un sí pero no. Un "hasta aquí", siempre trazando líneas. Un juego, tal vez. Una curiosidad apenas satisfecha, sin ánimo de lucro. Una puerta cautelosamente entreabierta, con la cadena echada. Y una sonrisa que asomaba. Y una mirada que me aceleraba el corazón y me hacía caminar hacia la breve rendija llena de luz, sin que nadie me cogiera de la mano. Otra historia en la memoria, otra cicatriz en la ilusión. Otra barrita de esperanza que se consume, sin reemplazamiento en el horizonte. Hay historias que se acaban y dejan paso a largas noches de invierno, donde el frío es algo más que algo que solo pasa fuera. Más bien una sensación de vacío que, de tanto frío, quema.