sábado, 19 de diciembre de 2015

Jornada de reflexión

Durante mi jornada de reflexión de hoy (que no es real porque, como exiliada afortunada que soy, yo ya he votado) he estado pensando, entre otras cosas, en mi madre y sus amigas, en mi familia, en mis amigos. Ni yo ni la mayoría de los hijos de las amigas de mi madre viven a día de hoy en España. Tampoco algunos de mis primos ni muchos de mis amigos. Somos científicos, médicos, arquitectos, ingenieros. Somos hijos de familias de clase media, profesores de instituto en su mayoría, a los que no nos ha faltado de nada nunca. Ni amor ni dinero ni oportunidades. Nuestros padres vivieron en dictadura durante gran parte de su vida, privados de libertades. Vivieron las primeras elecciones de la democracia con ilusión y esperanza, como hoy las vivimos sus hijos a miles de kilómetros de nuestro hogar. Nos dieron la mejor educación que nunca pudimos soñar y, nosotros, nos aplicamos para ser los mejores. Estudiamos para tener una vida mejor. Para tener un trabajo digno que nos permitiera, además, desarrollarnos como personas plenas con trabajos cualificados y poder permitirnos algunos lujos como ir al cine de vez en cuando, a algún concierto, al teatro y saciar nuestros espíritus curiosos viajando. Estoy segura que las personas de la que hablo (yo, mis amigos, mis primos, los hijos de los amigos de mi madre) no aspiran a tener un Jaguar aparcado en la puerta ni una cuenta multimillonaria en algún paraíso fiscal. Nos educaron para conseguir todo lo que quisiéramos, sin más lujos que disfrutar de la cultura y de nuestro tiempo libre en compañía de los amigos y la familia. Fuimos educados de tal manera que a día de hoy, todos tenemos estos trabajos que soñamos. Esta vida que nuestros padres soñaron para nosotros. Solo que no la tenemos en España. A nuestro país no le importamos. Nos echaron. Y nos fuimos. Ninguno de nosotros tenemos en mente volver, pero si nos preguntas a cualquiera todos te responderemos que "nos encantaría". Pero no a cualquier precio.
Después he pensado en mis amigos y en mi familia que han decidido quedarse en España. Pienso en que la mayoría de mis compañeros de carrera se han incorporado al mercado laboral después de los 30, los que han conseguido hacerlo. Y casi ninguno trabaja como biólogo a día de hoy. Pienso en mis compañeros de tesis, doctores todos, que enganchan un contrato como técnico de laboratorio detrás de otro. Pienso en los médicos que viven con contratos mensuales. Y pienso en todos los escritores, poetas, músicos, actores, directores y demás artistas que no pueden vivir de su arte. Pienso en mi prima, periodista con experiencia, que fue víctima de un ERE y lleva más de un año en paro. Pienso en mis tíos y en los padres de mis amigos que pasan su jubilación cuidando de sus nietos y ayudando a sus hijos a llegar a fin de mes.
Y después de pensar en todos nosotros que, como ya he dicho al principio, nunca nos ha faltado de nada, he pensado en todos aquellos que jamás, desde que nacieron, han tenido la suerte de disfrutar de ni una sola de las oportunidades que he tenido yo.
Yo no os pido que votéis a ningún partido afín a mis ideologías particulares, porque creo en la diversidad y estoy trabajando en los límites de mi tolerancia. Pero si os pediría que os tomáseis unos minutos para reflexionar de verdad. Para que miréis a vuestro alrededor y penséis, de verdad, si este es el país que queréis. Para vosotros, para vuestros hijos. No podemos hacer grandes gestos para cambiar el mundo, pero tenemos en nuestras manos un arma fundamental para cambiar el curso de la historia: NUESTRO VOTO. No lo malgastes, utilízalo. Y utilízalo bien.
GRACIAS.

No hay comentarios:

Publicar un comentario