domingo, 6 de diciembre de 2015

De atardeceres fucsia y aves de corral

Podría ser un atardecer igual, pero es distinto. El sol se está escondiendo por donde siempre y los reflejos naranja, rojo, violeta, fucsia desiluminan el puente de siempre, ahora encendido. Objetivamente es precioso. Podría hacer cientos de fotos, como esas personas sentadas posando a lo largo de todo el paseo ¡Qué bonito! Tenemos hasta banda sonora. Suenan cornetas y tambores. Conmovedor. Podría parecerme tan espectacular como me lo ha parecido las tantas otras veces que lo he visto, que lo he disfrutado. Y, sin embargo, hoy me ha parecido distinto. Distinto por lo vulgar. Por lo cotidiano. Por lo extraño y conocido, quizás viciado. Porque lo he visto tantas veces igual que ha dejado de resultarme especial. Y ni la música  ni los colores ni el olor ni la gente ha llegado a conmoverme. Como tantas otras veces. No me inspira este escenario. La misma imagen en mi cabeza una y otra vez: atardecer en Concorde. Mira que era triste París. Quería volver a toda costa y no seguir allí sola. Ya no estás sola, no (aunque inevitablemente estés sola en cualquier parte, porque es así, es parte de ti; "soledad que pegas a mi alma..."). Pero has sacrificado la belleza, la emoción, la inspiración, la incertidumbre. La novedad. En cierta forma, la libertad. Porque en lo desconocido, en lo ajeno, de alguna manera todavía queda pista para despegar. Noche para soñar. Y mañanas. Y tardes. En este conocido y familiar se encuentra lo confortable y lo reconfortante. Pero sólo existen pequeñas pista de despegue para vuelos bajos de corto recorrido que duran menos que un suspiro. Culos inquietos y espíritus inconformistas queriendo siempre volar lejos. Y volver. A la deriva seguir volando. Y ensachar las alas. Estirarlas amplias. Cansarte de volar y volver.
Y supongo que quizás todo es así, que al igual que un atardecer puede ser bonito toda la vida, esa sensación no dura eternamente. Y quieres buscar un atardecer igual pero distinto en cualquier otro lugar. Porque eres incapaz de matar la curiosidad. Y porque existe un sentimiento extraño que va y viene y siempre está. Una voz que te dice "¿Crees que esto es todo lo que puedes conseguir? ¿Crees que no se puede ser ya más feliz?".
Te acostumbras y te conformas y te acomodas y te reconfortas y te quedas y te conviertes en un ave de corral que no puede volar pero intenta correr. Y no está mal. Es tu elección. Pero no intentes convencerme de que también sea la mía.

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