domingo, 30 de diciembre de 2018

Lejos de Mordor. Feliz año.

No iba al aeropuerto desde que volví a Sevilla y aún me parece extraño no tener que montarme en un avión de vuelta a Mordor en un par de días. Hoy he vuelto al aeropuerto a despedirme de mi hermano, que vuelve a su Mordor particular y, aunque tiene más luz que el mío, sigue siendo lejos de casa. La familia (la de sangre o no) es ese faro imperturbable que nos guía siempre de vuelta a casa, que más que un espacio físico es un estado del alma. El tiempo en familia es tiempo de paz y es tiempo de repostaje, como sabiamente recalcó mi hermano durante la fiesta de cumpleaños sorpresa que le preparamos a mi madre el otro día. Por malos ratos que este 2018 me haya hecho pasar, que no han sido pocos, agradezco inmensamente a este año que me haya traído de vuelta, siguiendo sin parpadear la luz del faro.
Os deseo un año nuevo lleno de viajes y buenos libros, de canciones en bucle, de películas que os hagan compañía un domingo por la tarde o un viernes por la noche, de amantes apasionados y amores de bien. Os deseo que tengáis un faro sólido que alumbre hasta en las noches más oscuras de tormenta, que tengáis un hogar donde volver. Os deseo sueños y propósitos imposibles de cumplir y que no perdáis nunca la ilusión de volver a intentarlo otra vez. Os deseo que no sintáis que no merece la pena y que los lunes caigan todos en días de sol. Os deseo risas y complicidad y que encontréis siempre una mano amiga, un abrazo fuerte. Os deseo alegría, atardeceres, bares abiertos, que os digan que sí. Os deseo un muy feliz 2019 muy cerca de mí.

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