lunes, 20 de agosto de 2018

Fanclub.

No sé si es que es lunes y se nota, aunque sea agosto, si ha sido ver atardecer rojo fuego todo a lo largo del río o las hormonitas menstruales una vez más haciendo de las suyas, pero hace apenas una hora que me ha dado un arrebato loco de nostalgia. He sentido la necesidad imperiosa que me surge de vez en cuando de enchufarme los auriculares y poner a Los Planetas a toda hostia solo para mí y perderme, canción tras canción, recordando y mirando al infinito. Todos tenemos nuestros vicios. Hoy ha sido particularmente divertido porque he sido capaz de transportarme a un único lugar en noches distintas que al final resultaron ser todas la misma. Ha sonado "Un buen día" y he aparecido en mitad de un dibujo de Paint de Elena. He aparecido dando botes junto al resto de la gente al son de un himno que ni siquiera reconocía como propio en aquel momento, cuando lo pinchaban cada fin de semana. He visto a M.S., bautizado como "el hombre más guapo de Sevilla" en aquellos años de juventud loca e ilusionada, tan alto, tan guapo, en aquella esquina perenne de la barra, botando como el que más con aquel himno. Nos he visto en el escenario, bailando, observando al personal, con miradas cómplices que decían "vámonos, que aquí está todo el pescado vendido". He aparecido disfrazada de bruja gótica con el primero de todos los que me pidieron el teléfono y nunca llamaron. En una noche de Halloween surrealista, años después, sentadas todas en el pasillo, riéndonos de todo cristo. He visto una Voll Damm detrás de otra y un cuerpo en valla desvaído. Había conciertos, casi vacíos, llenos hasta reventar, donde me escondía en alguna esquina, me apoyaba contra una columna y me enamoraba del cantante en alguna canción más que en todas. Aquella noche donde me propusieron mi primer y último trío hasta la fecha. Aquella otra donde dejé tirada a Ángela por uno del que ahora ya no recuerdo ni el nombre ni la cara. Noches donde rompimos vasos y algún que otro corazón, además del nuestro. Noches de cazadoras de cuero robadas, de manos que se encontraban al azar, por primera vez, y besos estrella en la puerta. Hubo noches, miles de noches, todas iguales, todas distintas. A los 18, a los 19, a todos los 20 y a algunos de los 30. Tal vez las siga habiendo. Ya se sabe que los solteros que nos acostamos tarde hacemos vida familiar en los bares. En poco más de una semana me mudo al bloque de al lado del bar más mítico de mi vida, donde siguen acumulándose los recuerdos y hay pedazos de todos nosotros en las paredes, aunque no salgamos en las fotos. Aunque ninguno seamos los que fuimos, allí, al final de la barra, en la esquina de al lado del dj, donde sigue bailando eterna nuestra juventud.

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