lunes, 3 de febrero de 2020

La suavidad.

Estoy mirando al demonio de frente. Le he cogido la cara entre las manos, ya apenas quema. Le he dicho que pase. Si uno se va, pero siempre vuelve, es muy parecido a quedarse. Lo crucial es no darle tanta importancia. 
–Pasa, siéntate. Ya no queda nada que puedas llevarte. Ese hueco ya no existe. Ahora el sofá está algo más blando, puedes sentarte. Cuando te levantes y te vayas, cuando vuelvas a desaparecer, ya no quedará la huella imperturbable de los días en los que todavía estabas. El sitio no lo eliges tú, yo te lo cedo (a pesar de que me tiemblen las piernas y un par de lágrimas se escapen traviesas a través de mis mejillas, si lo pienso mucho, si recuerdo fuerte). Donde hubo heridas, hoy sanan cicatrices. El pequeño espacio que ocupabas, que no termina de cerrarse. Ven, pasa. Siéntate. No tenemos nada de qué hablar (pero, dios, cuánto he echado en falta esa suavidad). Pasa. Quédate.

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